Lo que más
quisiera comprar es tiempo.
Ir a la tienda y
junto al pan de la mañana pagar por treinta minutos. Tenerlos en la cartera y
usarlos cuando quiera, incluso podría adecuarme a usarlo en horarios
establecidos, podría mover todo mi cronograma sabedora de que tengo esos
minutos libres a disfrutar sin importar el lugar del día en que se me permita
usarlo.
Es linda la idea.
Sería como una
tarjeta de recarga telefónico, el mismo formato pero alargando las horas de
acuerdo a demanda, y claro no se podría pedir demasiadas en la vida porque uno
estiraría demasiado su existencia y eso conlleva mucho problemas.
Cuando comencé a
trabajar en una oficina recién terminada la facultad lo que más me costó fue
acostumbrarme al ritmo de las ocho horas laborales, antes de de eso estaba tan
libre y feliz como estudiante que el horario laboral lo sentí como un grillete,
lo es en realidad, pero en ese entonces lo sentí de un plomo mucho más pesado,
ahora en cambio lo cargo con cierta resignación.
Hace unos días
encontré una libreta de ese tiempo en el que yo anotaba un análisis de mi día: “El
día tiene veinticuatro horas, ocho duermo, ocho trabajo, las otras ocho pueden
subdividirse en dos horas diarias de ducha y baño, una hora de pérdida en el
transporte público, tres horas de comidas; en total solo tengo solo dos horas
para vivir”. La anotación termina ahí. Un análisis pueril hijo de la desesperación
de aquel entonces.
Ahora las
desesperaciones son múltiples y variadas pero a la vez se sobrellevan de mejor
manera, de todos modos persiste esa sensación de “estar sin tiempo” y de ahí la
necesidad de conseguirlo a toda costa. Evadimos tareas, rebotamos
responsabilidades, pedimos ayuda lo que sea para tener un tiempo más. Un amigo
me comentó que hay una película que trata de este tema, en la peli la moneda de
cambio es el tiempo y la trama gira en torno a la posibilidad de conseguir o no
más tiempo. En esa lógica y si hablamos de tiempo de vida los niños sería los
millonarios.
Un deseo
largamente acariciado por mi es tener un día completo, un solo día donde no
salga siquiera de la cama y donde pueda empezar a leer un libro hasta terminarlo,
sin interrupciones de ningún tipo. Un amigo punk me contó alguna vez que después
de andar viviendo de prestado en muchas casa o alquilar lugares muy incómodos, si conseguía un dinero
se pagaba una noche en un hotel, por lo general leía y se la pasaba en cama. Se
compraba un paréntesis en su vida de punk independiente y pobre como para darse
ánimos y seguir.
Yo no tengo nada
de punk, pero en algunas cosas todos somos iguales.