Yo moriré de una paro cardiaco, lo sé, está en mis genes. La hipertensión es mi destino, como es mi presente la angustia constante por cosas insignificantes (y otras no tanto).
A las cinco de la tarde quiero escapar de todo, salir corriendo de mi casa, de mi vida, de mi cuerpo. Sobre todo de mi cuerpo, quisiera desabrocharlo y dejarlo colgado en alguna silla, que se le quite el cansancio y el insomnio, que se aireen los pechos maltrechos, que le vuelva a crecer todo ese cabello que tapará en unos meses el caño de la ducha. Que se le quite el hambre de la madrugada.
Después prometo recogerlo, ponérmelo de nuevo y aceptarlo como es, pero ahora tiene demasiadas quejas, ahora necesita un respiro.
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