Ese ejercicio mental de preguntarse quien estuvo aquí y de quien serían estas cosas que ahora uso, y que habrán escuchado estas paredes, como dice Johana:
¿Quién ocupa la habitación que alquilamos durante años cuando decidimos partir de una ciudad? ¿Quién acaricia a nuestros amantes cuando decidimos abandonarlos? ¿Quién consuela a nuestros amigos cuando estamos lejos? ...
Esas son las preguntas de partida de un libro lleno de inocentes coincidencias, un mundo de hombres nieto, padre, abuelo tienen por sirvienta a la señora que ha acarreado por años al niño inválido de la antigua vecindad, casa señorial antigua que antes fuera la casona real de aquel hombre dominado por su madre que no sabe que hacer cuando ella muere.
Las cosas que tocamos los lugares donde vivimos, no son solo eso, se queda el polvo de nuestra piel en ellos la emoción de nuestras voces, la salpicadura de nuestras lágrimas. Luego las dejamos, pero sus historias continúan sin nosotros.
Entretejidas está muchas más de las historias que imaginamos y creemos, tal vez solo coincidencias, tal solo jugadas diminutas de una plan magistral que ignoramos.
Una confesión ilustrativa: cada que me cambio de casa escribo en un lugar discreto (la pared de un ropero o detrás de la puerta), mi nombre y la fecha en la que llegué y me fui, con la vana esperanza de que el próximo inquilino haga lo mismo, que mi vida por ese lugar no se pierda del todo.
Sensasiones parecidas me ha traído este libro, sumada a mi tragedia personal con México son un perfecto lugar de disfrute de lo imposible, un bocado de añoranza.
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