Uno se va dando ánimos, es importante eso, porque en general la vida es una mierda y cuando la mínima esperanza sale como un brote débil pero verde, aparece un gusano horroroso o un pie imprudente que lo pisa. Sí, ser pesimistas es fácil en el mundo de mierda donde vivimos.
Sin embargo uno de los mejores lugares para escabullirse es dentro de uno mismo, para eso hace falta solamente cerrar la boca, no decir nada, contestar lo absolutamente indispensable. Callarse es como defenderse sin pelear.
Siempre he tenido la suerte (buena o mala) de toparme con personas que hablan mucho, desde las amigas más cercanas hasta el señor que casualmente hace la fila de trámites delante mío. Tengo el Karma de estar cerca de los que hablan mucho. Lo malo de los silentes es que en el fondo sí tenemos muchas ganas de hablar, es simplemente que no nos sentimos escuchados y para eso mejor callarse, lo que a su vez lleva a que los otros llenen esos silencios y ahí se genera el círculo vicioso de la gente callada.
En realidad el negocio de la terapia psicológica, desde mi punto de vista, tiene que ver más con pagar a alguien para que te escuche y no tanto con resolver las pajas mentales. A veces fantaseo con la posibilidad de que mi sueldo me alcance para poder pagarme terapia, en realidad no terapia sino pagarle a alguien que de veras me escuche, a quien puedo exigirle que lo haga y que además debe ser un profesional.
Mientras practico día a día mi técnicas de silencio. En verdad no soy una persona callada, pero lo que pasa es que no hablo mucho de mi, y sobre todo no puedo, es un poco lo mismo que me pasa a la hora de entrar al baño. No importa que tan imperiosa se la necesidad de mis intestinos, no puedo hacer nada en ningún baño que no sea el mío. Por más que ponga mi voluntad, mi deseo o mi desesperación simplemente mi cuerpo se niega, necesito cierta condiciones. Lo mismo que para hablar, necesito ciertas condiciones que casi nunca se dan, por mas que ponga mi deseo, mi voluntad o mi desesperación.
Pero los que somos callados tenemos nuestros escapes, es que no es posible guardarse todas las palabras, en algún momento el vapor sale pitando por la caldera. Supongo que el fútbol da la opción inmejorable de gritar barrabasadas en el stadium, pero para los que vemos el fútbol como un grupo de hombres con medias hasta la rodilla correteando a una pelota, esa oportunidad queda truncada.
Pero claro siempre hay formas de explotar, la mía es el tráfico vehícular. En horario pico y salida de escolares. Salir en auto todas las mañanas eleva mi nivel de tensión y frustración a la ebullición misma. Aferrada al volante con la ventana abajo soy la maestra de los gritos, la justiciera de la línea de cebra. Si alguien me adelanta por derecha, le cierro el paso en el próximo semáforo, si me tocan bocina cuando estoy en amarillo cuento hasta 10 pasado el verde solo para que cultiven la paciencia. Me gano, claro está muchas bocinas y gritos, a los cuales respondo olvidando por completo mis 12 años de educación en colegio de monjas con certificado en "mejor amiga del curso".
Por eso mismo cuando me toca ser peatón y estoy en abismal desventaja frente a los autos, solo me queda mi gran bocota para defenderme.
Cruzo la calle con mi hija de casi tres años:
-Rojo!- le grito desencajada a un chofer que casi nos pisa
-Amarillo!- grita ella a todo pulmón. mi estúpida lucha por desfogarme es para ella el festivo nombre de los colores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario