La justicia
divina no existe; pienso esto mientras saludo a la chica extranjera que llega a
mi oficina preguntando algo. Su pelo rojizo le cae en cascada sobre los hombros
mientras la luz de la mañana ilumina un lado de su cara, la escena perfecta de
una película.
La conozco de
vista y sé que trabaja en una biblioteca. Me pregunta por alguien y mientras le
contesto pienso que si al menos fuera tonta podría decir que hay en el universo
una ley de compensación.
Escucha mi
explicación atenta y me hace una pregunta más.
Lleva puesta una
falda de verano, blusa de algodón, botines y medias caladas, es imposible que pase
desapercibida con ese look, que sin ser atrevido lleva el toque suficiente de
exotismo como para que las miradas las sigan.
Ya sé que la
belleza es un constructo social y bla, bla, bla, bla, pero nadie podría negar
que esta chica, sin importar los baremos sociales, podría ponerse un saquillo
como toda ropa y seguir viéndose bien.
Le señalo donde puede dejar el afiche que vino a pegar, para
explicarle mejor le acompaño unos pasos y le señalo el lugar. Si al menos fuera
tonta, insisto para mis adentros. Cuando se aleja da vuelta y levanta el
brazo para señalar el lugar que le indiqué. Y ahí mismo justo debajo de su
brazo una mata tupida y oscura de bellos me desvía la mirada de su cara y elo rojizo.
Más tarde me fumo
un cigarro, sonrió mientras recobro mi fe en la justicia divina.
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