junio 27, 2012

El regreso de la fe


La justicia divina no existe; pienso esto mientras saludo a la chica extranjera que llega a mi oficina preguntando algo. Su pelo rojizo le cae en cascada sobre los hombros mientras la luz de la mañana ilumina un lado de su cara, la escena perfecta de una película.
La conozco de vista y sé que trabaja en una biblioteca. Me pregunta por alguien y mientras le contesto pienso que si al menos fuera tonta podría decir que hay en el universo una ley de compensación.

Escucha mi explicación atenta y me hace una pregunta más.
Lleva puesta una falda de verano, blusa de algodón, botines y medias caladas, es imposible que pase desapercibida con ese look, que sin ser atrevido lleva el toque suficiente de exotismo como para que las miradas las sigan.

Ya sé que la belleza es un constructo social y bla, bla, bla, bla, pero nadie podría negar que esta chica, sin importar los baremos sociales, podría ponerse un saquillo como toda ropa y seguir viéndose bien.

Le señalo donde  puede dejar el afiche que vino a pegar, para explicarle mejor le acompaño unos pasos y le señalo el lugar. Si al menos fuera tonta, insisto para mis adentros. Cuando se  aleja da vuelta y levanta el brazo para señalar el lugar que le indiqué. Y ahí mismo justo debajo de su brazo una mata tupida y oscura de bellos me desvía la mirada de su cara y elo rojizo.

Más tarde me fumo un cigarro, sonrió mientras recobro mi fe en la justicia divina.

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