IV
Alisto mi maleta
para volver a casa. Me duele mucho la cabeza y me cuesta caminar. Sabía que mi
impaciencia desbordaría por algún lado “deberías quedarte” me dice mi madre. Como
siempre tiene razón pero no puedo esperar más, me voy por hacer algo mañana que
no sea solo quedarme en casa. Recién ahora lo comprendo. Tengo el boleto
comprado no hay vuelta atrás.
Luego de mi
primera caminata en la ciudad después de la cirugía, una caminata lenta en la
que yo soy la oruga fofa y lenta que camina, pero sin comerme hojas, más bien
buscando la hoja para el certificado médico (gran excusa), el ardor de la
herida y el cansancio en la tarde me dieron el sopapo de realidad necesario.
Sí, debería quedarme, pero necesito hacer algo, aunque ese algo sea irme.
Extraño a la Lucía,
le extraño mucho, seré feliz de verle y luego de que me de algunas accidentales
patadas reglamentarias desearé estar de regreso en Sucre. Así siempre es, se
desea lo que no se tiene, lo que se ha dejado.
Dos asientos
detrás va una gringa que habla con un volumen subido en dos niveles al promedio
boliviano, me esfuerzo por alejar la atención de su voz pero es imposible, le
habla a su padre y le cuenta lo hermoso que es la ciudad y los lugares que “hizo”.
Habla en español con ese acento gangoso típico.
Tal vez es solo
un tema de traducción pero suena horrible que hayan “hecho” tal ruta o “dejado
de hacer” aquella otra. ¿Se hacen las rutas, los tour, las vistas?, entiendo
que quieren decir que estuvieron allí, que fueron por esa ruta que vieron tal
cosa, pero todo se resume a “hacer”. Como si tuvieran una lista de “cosas por
hacer” sin importar mucho cómo se vayan a sentir en el recorrido o si lo
disfrutan o no, el tema es “hacer” y luego claro ostentar la “check list” con
los otros turistas que se conocen en esas circunstancias tan impersonales y
pasajeras de los tours.
Viajar por el
mundo debe ser uno de los deseos más comunes de adolescentes y jóvenes, yo
encabezando, pero creo que ahora con más serenidad. He tenido suerte y me han
tocado algunos viajes importantes, pero resulta que los más insignificantes
(medidos en distancia y duración) resultaron los más trascendentes, no es una
regla pero eso me enseñó mucho, un viaje puede ser una verdadera mierda o una
verdadera gloria, partir con la certeza de que existen ambas posibilidades mejora
el resultado final.
Fui dos veces al
mar, por ejemplo, con todas las pajas mentales que los bolivianos tenemos sobre
el mar. La primera vez tenía tan inflamada la garganta que me la pasé dos días
en el hospital y luego tuve que regresar por que la cosa podía complicarse. Para
la segunda me fui preparada con un traje de baño nuevo, pero cuando llegue
hacía un frío casi glacial y un viento huracanado contra el que tuve que luchar
para cumplir mi sueño mediterráneo de meter por lo menos mi mano al agua. Era
evidente que el mar me repelía, no a mí si no a todo y a todos. Así mi experiencia
marítima desde aprender el canto a Avaroa hasta las vistas en vivo no tiene
nada de magia.
Este es un viaje
más importante, el de regreso a casa.
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