marzo 08, 2012


IV                                                                                                                              
Alisto mi maleta para volver a casa. Me duele mucho la cabeza y me cuesta caminar. Sabía que mi impaciencia desbordaría por algún lado “deberías quedarte” me dice mi madre. Como siempre tiene razón pero no puedo esperar más, me voy por hacer algo mañana que no sea solo quedarme en casa. Recién ahora lo comprendo. Tengo el boleto comprado no hay vuelta atrás.
Luego de mi primera caminata en la ciudad después de la cirugía, una caminata lenta en la que yo soy la oruga fofa y lenta que camina, pero sin comerme hojas, más bien buscando la hoja para el certificado médico (gran excusa), el ardor de la herida y el cansancio en la tarde me dieron el sopapo de realidad necesario. Sí, debería quedarme, pero necesito hacer algo, aunque ese algo sea irme.

Extraño a la Lucía, le extraño mucho, seré feliz de verle y luego de que me de algunas accidentales patadas reglamentarias desearé estar de regreso en Sucre. Así siempre es, se desea lo que no se tiene, lo que se ha dejado.

Dos asientos detrás va una gringa que habla con un volumen subido en dos niveles al promedio boliviano, me esfuerzo por alejar la atención de su voz pero es imposible, le habla a su padre y le cuenta lo hermoso que es la ciudad y los lugares que “hizo”. Habla en español con ese acento gangoso típico.
Tal vez es solo un tema de traducción pero suena horrible que hayan “hecho” tal ruta o “dejado de hacer” aquella otra. ¿Se hacen las rutas, los tour, las vistas?, entiendo que quieren decir que estuvieron allí, que fueron por esa ruta que vieron tal cosa, pero todo se resume a “hacer”. Como si tuvieran una lista de “cosas por hacer” sin importar mucho cómo se vayan a sentir en el recorrido o si lo disfrutan o no, el tema es “hacer” y luego claro ostentar la “check list” con los otros turistas que se conocen en esas circunstancias tan impersonales y pasajeras de los tours.

Viajar por el mundo debe ser uno de los deseos más comunes de adolescentes y jóvenes, yo encabezando, pero creo que ahora con más serenidad. He tenido suerte y me han tocado algunos viajes importantes, pero resulta que los más insignificantes (medidos en distancia y duración) resultaron los más trascendentes, no es una regla pero eso me enseñó mucho, un viaje puede ser una verdadera mierda o una verdadera gloria, partir con la certeza de que existen ambas posibilidades mejora el resultado final.
Fui dos veces al mar, por ejemplo, con todas las pajas mentales que los bolivianos tenemos sobre el mar. La primera vez tenía tan inflamada la garganta que me la pasé dos días en el hospital y luego tuve que regresar por que la cosa podía complicarse. Para la segunda me fui preparada con un traje de baño nuevo, pero cuando llegue hacía un frío casi glacial y un viento huracanado contra el que tuve que luchar para cumplir mi sueño mediterráneo de meter por lo menos mi mano al agua. Era evidente que el mar me repelía, no a mí si no a todo y a todos. Así mi experiencia marítima desde aprender el canto a Avaroa hasta las vistas en vivo no tiene nada de magia.

Este es un viaje más importante, el de regreso a casa.

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