V
Todo sucedió hace
una semana y un día exactamente, pero como ya he dicho el tiempo del cuerpo no
es el tiempo normal, el tiempo de todos los días. Al cuerpo de vale un cuerno
que tengas trabajo, una hija de dos años o que haya bloqueo en la ciudad. Tiene
su ritmo sus condiciones y finalmente todos cedemos a ellas.
El certificado
médico dice: Abdomen agudo ginecológico, y el día que dolió fue tan feo como
suena el diagnóstico. Uno sigue su vida hace sus cosas, el sentido de
inmortalidad está ligado a la juventud. De repente un dolor pélvico en una
persona de treinta y un años solo puede significa: “algo me sentó mal”, “se
viene una regla como las de la adolescencia”, pero cuando estos dos factores se
han descartado solo queda hacer un par de llamados a los amigos doctores, sobre
todo si son las once de la noche y un paro del sindicato de transporte tiene
cercada las inmediaciones de tu domicilio.
Luego vino la
farmacia, y el tranquilizante para caballos, o algo parecido que me permitió
dormir toda la noche. Al día siguiente la peregrinación por los laboratorios y
todos los análisis, al final de la tarde el diagnóstico y con él, el terror.
Luego el viaje,
inmediatamente la clínica, la reconfirmación del diagnóstico y a menos de 48
horas del dolor estoy sentada en el quirófano con una bata abierta por detrás
mientras el doctor me toca las vértebras para ver donde mejor entrará la aguja.
Estoy temblando como una hoja, todo fue muy rápido y no tuve tiempo de sentir
nada, pero ahí en la camilla los médicos prenden la radio, se hacen bromas y
hablan del partido de fútbol de la liga, yo tengo la espalda desnuda y tiemblo
de terror. “Se pone nerviosa?” me pregunta el anestesista, como si yo hiciera
estas cosas con cierta regularidad y claro el nerviosismo me agarrara. “solo con
las agujas” le digo, uno se vuelve estúpido con el miedo. Ahí cae en cuenta que
yo soy un ser humano y me dice que me dará un tranquilizante antes de ponerme
la aguja grande, se acerca al suero, inyecta algo en el tubito al que estoy
conectada.
Desde ahí la
película está borrosa, en mi cabeza hay una presentación de power point (como
dice mi amiga cuando le pido que me cuente que hizo el sábado en la noche).
En cierta forma
he vuelto a la vida normal, he vuelto a casa donde todo sigue su ritmo. Mi
primer evento social es la reunión de padres de la guardería, estoy feliz de
ir. De desempeñar el rol de madre otra vez, la Lucía me ha recibido con un
abrazo y me valió un coco el dolor y el tener que agacharme, la alcé y abracé
igual.
La directora está
al frente y nos explica que la reunión es para ofrecernos un seguro contra accidentes
para los niños, a mí los seguros no me interesan pero estoy feliz de estar ahí
con la Lucía, ella no se quiere moverse de mi lado. Las profesoras han puesto
un video para que los niños se queden en la otras sala mientras nos hablan del
dichosos seguro, pero la Lucía no quiere ir, se queda conmigo que no quepo en
mí de felicidad (a pesar de la redondez que me ha dejado la cirugía).
Oportunamente
tengo en mi cartera un potecito de yogurt y unas galletas, se las doy a la
Lucía para que se esté tranquila. Camina un poco de un lado al otro sin
soltarme la mano mientras ya ha empezado a hablar el señor del seguro. Hace una
introducción general y explica que la guardería es un lugar seguro sin embargo
nunca estamos libres de los pequeños accidentes. La Lucía de pronto presta
atención al disertante, su mano sin embargo sigue sosteniendo la botellita de
yogurth en el ángulo perfecto para bañarla. Una cascada rosada cae sobre su
naríz y su boca, se atora, yo entro en pánico, saco velozmente la manga de mi
chompa y le limpio la cara mientras le doy golpecitos en la espalda para que se
le pase el atoro.
Los padres quedan
perplejos ante el poder de las palabras del vendedor de seguros, hasta parece
que hubiera sido su culpa. La charla se reanuda cuando saco a la niña de la
sala y me debato entre matarme de risa o ponerme a llorar. Así es este asunto,
un poco escandaloso siempre “caóticamente hermoso” como dice la propagan de
pañales.
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