Pensé que el
domingo en la tarde sería diferente, estoy convaleciente en la casa de mis
padres, en pantuflas y pijama tres días seguidos. Pero me equivoqué. Son las
seis y el sentimiento de hueco evade toda circunstancia distinta y se instala
como todos los domingos en la tarde. No hay nadie en casa, es la pesadez del
domingo lo que los saca de aquí, el cine, el mercado, los familiares a cada
quien le engulle su propio agujero negro. A mí no me queda otra que escribir.
Es la primera vez que no tengo opción y sólo puedo escribir, debería sentirme
afortunada, pero es domingo en la tarde eso lo arruina todo.
En circunstancias
normales estaría horneando algo. Desde hace un par de meses he sufrido el
ataque del espíritu pastelero. Más o menos a las tres cuando ya he desistido de
intenta dormir siesta y la Lucía ha convertido la cama en su ring de
entrenamiento de saltos mortales, entonces viene puntualmente el espíritu
pastelero y se instala.
Mi hermana suele
mandarme mensajes al celular, ella también sufre del síndrome de domingos por
la tarde: “cuál es el menú?” pone. Empecé tímidamente con algunas recetas más
por usar la cosas que tenía en la despensa a modo de matar las horas del
domingo, luego me fui especializando. El fin de semana de carnaval, que fue
como un domingo al cubo, hice dulce de guayabas, mi hermana se mataba de risa
en el teléfono mientras le contaba, simplemente no podía creer hubiera llegado
tan lejos, el dulce de guayaba es un clásico de nuestra infancia.
Salió genial,
pero seis frascos de mermelada y dos personas y media son augurio de largas
tardes de domingo sin la posibilidad de hacer otro dulce. Antes había hecho
galletas de avena, queque de plátano, empanadas de queso, un postre de avena y
manzanas, la lista sigue y seguirá… mientras el espíritu no me deje en paz.
Lo que más me
gusta de meter las cosas al horno es algo un poco tonto, es fácil explicar que
es el calor el que transforma los alimentos crudos, la palidez de la masa en
una cosa dorada y crujiente de olor invasivo. Doy un respingo de felicidad al
sacar las cosas del horno morenas y olorosas, como un regalo, como si no fuera
el calor ni la química de las mezclas, sino que el horno una caja de mago, un
lugar donde las cosas se vuelven así, morenas, crujientes y sabrosas.
Por supuesto que
está cursi imagen está estrechamente ligada a los fracasos pasteleros, muy
frecuentes en mi caso, dada mi reciente incursión y mi poca experiencia. Lo
único que me gusta realmente es sacar las cosas del horno, pero a veces este
puede ser el inicio de la decepción. Muchas veces he matado al espíritu
pastelero a plan de olor a quemado, suele ser muy mortífero. Pero el espíritu
revive el siguiente domingo, ileso, entusiasta seguro del éxito del próximo
intento.
A diferencia de
los otros domingos esta vez no tengo la promesa del lunes. Sí la del reposo
obligatorio, la tele encendida y la espera para ver que la gente vuelva de su
trabajo y me pregunte por enésima vez cómo va mi herida. Tengo pánico a esas
horas muertas, entre el desayuno y el almuerzo, esas horas sin nada con que
llenarlas, esperando, solamente esperando. Debo alistar el regreso supongo,
aunque en Cocha tampoco podré trabajar y las horas de espera no serán de
completo ocio, pero así como el espíritu pastelero me llama a cumplir las leyes
del horno, el domingo por la tarde me dice que debo regresar a trabajar.
La herida está
bien, hoy me sacaron el esparadrapo grande y finalmente nos conocimos. Es una
línea horizontal casi perfecta, aun tiene el marco amarillo del desinfectante
que ponen antes de cortar y los hilos a los extremos. Es fina pero tiene una
irregularidad que supongo es natural. Y yo que quería un tatuaje…. ahora tengo
una cicatriz. Me pregunto qué me parece, y la verdad no me parece nada, no
tengo opinión sobre ella, supongo que pudo ser peor. “yo tengo una con punto
pata de gallo” me dijo mi amiga un tanto para consolarme. La mía no tiene
puntos ni ribetes, pero es nueva, es una nueva marca, ya tendré tiempo para
elaborar todo el tema de las cicatrices y las marcas, hoy solo la miré con
curiosidad, nos conocimos. Supongo que no es como el tatuaje, pero la verdad es
que no puedo quejarme, pudo ser peor.
Ya puedo vestirme
sola, y mañana quinto día después de la operación podré finalmente tomar una
ducha y dejar el baño de esponja. Supongo que el tema del cuerpo está pasando,
está mejorando, pero me da un poco más de miedo el tema simbólico de la
operación. Por ahora solo descanso y ya, ni he querido ponerme a pensar si esto
me afectará en algo más adelante.
Mejor no pienso,
me va mejor cuando no lo hago.
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