Intenté con la
costura y también con las manualidades pero simplemente no soy yo. Al tejido y
al groche ni me acerqué porque tengo demasiadas imágenes prejuiciosas asociadas
a estas actividades.
Lo cierto es que las
ganas de hacer algo con las manos tiene alguna explicación, el instinto animal
es la más fácil de comprender. Como cualquier otra hembra del reino animal, una
prepara el lugar para que llegue la nueva criatura. Es lógico, tiene sentido,
es solo que cuando se trata de los humanos todo se complica se llena de
remilgos, de prejuicios, de explicaciones.
Cuando esperaba a
la Lucía dejé el trabajo al quinto mes, de un trabajo de ocho horas me vi de
pronto pasando todo el día en casa sin dinero y con todos los fantasmas reales
e imaginarios de las embarazadas primerizas. En esa locura visité a todos mis
amigos con quienes había perdido cierto contacto, uno de ellos tenía una perra
que acababa de parir (he contado esta historia varias veces, pero por algún
motivo no me canso de hacerlo). Yo sentía simpatía por el animal porque creía,
y aun creo, que estábamos compartiendo una misma experiencia vital, ella un
poco antes que yo claro pero inmediatamente me nació la solidaridad. Como
andaba sin trabajo y con la mente ocupada en tonterías me hacía ilusión pensar
en criar a un cachorro humano y uno canino al mismo tiempo, así emprendí una
faena irracional justificada solo por el coctel de hormonas de la preñez. Tenía
en mi cabeza esta imagen cursi de madre hermosa y recién parida (combinación
imposible) que sale de paseo con un cochecito de bebé y un hermoso perro que
apenas tira de una cadena, se sienta en un parque y lee deliciosamente un libro
mientras los dos cachorros duermen.
Aun no entiendo
como no pude atar los cabos de la lógica y el sentido común en esa tonta imagen,
creo que se debe en gran parte a que vi mucho “101 dálmatas” cuando niña. Ahí
todos los perros eran hermosos, sabios y educados o al menos tenían una gracia.
Esas imágenes más la obnubilación de la maternidad trastornaron mi juicio. Por
supuesto que crié a mi perra y para eso me leía varios manuales y fijé mi
rutina según las indicaciones del “La guía de tontos para criar perros”. Hasta
ahí fue todo bien, pero el caos comenzó cuando la bebé y el perro comenzaron a
comportarse como lo que son, no figuritas de Disney sino seres de carne y hueso
que quieren atención, ensucian pañales y perforan mangueras del vecino,
respectivamente.
El aterrizaje a
la realidad fue forzoso, me costó pedir muchas disculpas reponer zapatos,
mangueras y leer a la par un libro para madres primerizas y cómo enseñas a
dormir a menores de un año.
El saldo final
fue positivo: sobreviví.
Quiero pensar que
mi instinto de preparar el nido se canalizó en la crianza de otro ser vivo. Me
agradó que fuera así y no en un ajuar completo de lana de angora.
Pero ahora en
situación similar, descartada la crianza de otro animal y con el de tres años
demandando mi continua atención creo que lo único que podré hacer es escribir
tonterías y guardarlas para que las lea algún día.
Me gustaría leer
ahora lo que mi madre hubiera escrito cuando me estaba esperando, ella era (y
aun es) una mujer muy racional y fuerte, no tiene ni tuvo tantas pajas mentales
como yo. Seguramente tejió un par de cosas y arregló un maletín con lo más
práctico sin hacerse demasiado problema de nada.
Mientras yo doy
vueltas en la casa impaciente sin saber muy bien qué hacer, segura de que
olvidaré llevar al hospital lo importante y angustiada por cualquier cosa como
si el mundo reclamara mi presencia y no fuera yo la que hubiera aceptado y
forzado tomar distancia de él.
Lo único que
puedo hacer con mis manos, que ya es bastante inútil y no abriga nada, son
estas letras tontas. Ojalá al menos le sirvan para reírse un poco en el futuro
cuando yo sea por fin una persona mayor.
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