marzo 21, 2013


La situación ideal para escribir no existe, si se da es un golpe de suerte, lo que en realidad tendría que haber es voluntad y disciplina, luego pueden darse momentos inspiradores pero en realidad todo se basa es un ejercicio constante.

Una vez decidí pintar por mí misma el departamento donde vivía, la tarea no solo se me hacía retadora sino interesante, me veía escogiendo colores y cubriendo paredes con pintura, una escena tonta de película. La realidad fue que de todo el tiempo que tardé en pintar esa casa el ochenta por ciento lo ocupé en todas las otras tareas previas y posteriores que implican pintar. Lijar las paredes de la pintura vieja me tomó varios días, lo mismo sacar los enchufes e interruptores, ni qué decir poner cinta adhesiva de papel para delimitar los colores de techo y paredes, además cubrir los pisos, mover los muebles.

Para cuando me tocaba realmente sumergir el rodillo en la pintura estaba agotada y con muchas ganas de dejar todo tal como estaba. Tuve que terminar por supuesto pero todo el romanticismo alrededor de la idea de pintar mi propia casa se derrumbó por completo. Fue una experiencia aleccionadora porque luego pude extrapolarla a un montón de otras tareas de ese tipo que se ven de lo más interesantes y buena onda pero que en realidad son un trabajo árduo y lleno de procesos previos y posteriores sin los cuales nada saldrá bien.

Todo es oficio supongo, práctica, maña, hacer una y otra vez hasta conocer las herramientas los procesos, los secretos. Pero para eso hay que tener, otra vez, voluntad y disciplina. Los artesanos a pesar de la idea más romántica que de ellos se tiene aprendieron por necesidad, pero no es precisamente el entusiasmo lo que los hizo expertos sino años e incluso generaciones de práctica de saberes pasados de unos a otros. No es raro entonces que haya artesanos que hayan muerto con lo que sabía, les habría costado tanto aprender su oficio que prefirieron llevárselo a la tumba antes que enseñar a alguien que no fuera digno de esos saberes, entre ellos incluidos sus hijos e hijas.

El entusiasmo es engañoso, mejor dicho sirve mejor para algunas cosas, empresas cortas actividades con un principio y fin claros. No para los oficios, no para lo que requiere ser testarudo, estar asfixiado por la necesidad o simplemente no tener alternativa. Desde ese punto de vista muchas virtudes son en realidad fruto de no tener otra salida. Cuando uno tiene muchas opciones se convierte en un bueno para nada.

El punto es que en la búsqueda del momento perfecto para escribir uno se da cuenta que no existe, las excusas para no hacerlo son más fáciles de encontrar que en cualquier otro oficios, desde no tengo tiempo hasta no tengo lápiz. En el fondo lo que hay es un profundo miedo a no poder hacerlo, o a hacerlo mal como siempre que un aficionado deja de mirar para empezara a hacer.

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