La situación
ideal para escribir no existe, si se da es un golpe de suerte, lo que en
realidad tendría que haber es voluntad y disciplina, luego pueden darse momentos
inspiradores pero en realidad todo se basa es un ejercicio constante.
Una vez decidí
pintar por mí misma el departamento donde vivía, la tarea no solo se me hacía
retadora sino interesante, me veía escogiendo colores y cubriendo paredes con
pintura, una escena tonta de película. La realidad fue que de todo el tiempo
que tardé en pintar esa casa el ochenta por ciento lo ocupé en todas las otras
tareas previas y posteriores que implican pintar. Lijar las paredes de la
pintura vieja me tomó varios días, lo mismo sacar los enchufes e interruptores,
ni qué decir poner cinta adhesiva de papel para delimitar los colores de techo
y paredes, además cubrir los pisos, mover los muebles.
Para cuando me
tocaba realmente sumergir el rodillo en la pintura estaba agotada y con muchas
ganas de dejar todo tal como estaba. Tuve que terminar por supuesto pero todo
el romanticismo alrededor de la idea de pintar mi propia casa se derrumbó por
completo. Fue una experiencia aleccionadora porque luego pude extrapolarla a un
montón de otras tareas de ese tipo que se ven de lo más interesantes y buena
onda pero que en realidad son un trabajo árduo y lleno de procesos previos y
posteriores sin los cuales nada saldrá bien.
Todo es oficio
supongo, práctica, maña, hacer una y otra vez hasta conocer las herramientas
los procesos, los secretos. Pero para eso hay que tener, otra vez, voluntad y
disciplina. Los artesanos a pesar de la idea más romántica que de ellos se
tiene aprendieron por necesidad, pero no es precisamente el entusiasmo lo que
los hizo expertos sino años e incluso generaciones de práctica de saberes
pasados de unos a otros. No es raro entonces que haya artesanos que hayan
muerto con lo que sabía, les habría costado tanto aprender su oficio que
prefirieron llevárselo a la tumba antes que enseñar a alguien que no fuera
digno de esos saberes, entre ellos incluidos sus hijos e hijas.
El entusiasmo es
engañoso, mejor dicho sirve mejor para algunas cosas, empresas cortas
actividades con un principio y fin claros. No para los oficios, no para lo que
requiere ser testarudo, estar asfixiado por la necesidad o simplemente no tener
alternativa. Desde ese punto de vista muchas virtudes son en realidad fruto de
no tener otra salida. Cuando uno tiene muchas opciones se convierte en un bueno
para nada.
El punto es que
en la búsqueda del momento perfecto para escribir uno se da cuenta que no
existe, las excusas para no hacerlo son más fáciles de encontrar que en
cualquier otro oficios, desde no tengo tiempo hasta no tengo lápiz. En el fondo
lo que hay es un profundo miedo a no poder hacerlo, o a hacerlo mal como
siempre que un aficionado deja de mirar para empezara a hacer.
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