febrero 13, 2010

Doy vueltas, no logro concentrarme cualquier pensamiento me dura sólo unos segundos, luego se esfuma, puedo presentir el insomnio de esta noche. Otra vez se me acumula el vapor en la cabeza, otra vez no sé como sacarlo, exorcizarme esta humedad no es proceso que domine, no creo que nunca lo logre. Me siento al piano, mi perra negra como un mancha intuye mi desesperación y más sabia que cualquiera sólo me acompaña. La Lucía duerme su sueño de seis meses, cada día a la misma hora luego del baño y el masaje, como recomiendan las revistas para madres novatas. Que pena pensar que con esos pocos meses ya tiene para unos años de psicoanálisis, ni modo, supongo que ninguna madre puede librarse de ser apuntada en el cuaderno de algún psicólogo del futuro. Creerá la Lucía en los psicoanalistas? No lo sé, ella es un enigma, una sorpresa y esa tal vez es la mejor parte; como cultivar una planta desconocida que no se sabe muy bien cómo crecerá, si será arbusto o una trepadora, tal vez un clavel de aire o un injerto.
Dicen que las wawas vienen con un pan bajo el brazo, la Lucía vino con un rosquete porque trajo muchas cosas que no tienen fin, un círculo continuo de azúcar y clara de huevo que no alimenta mucho el cuerpo, es más bien una golosina para el alma. Ella me ha derrotado, me ha vuelto la madre cursi que soy ahora, la que quiere escribir y termina hablando de ella, siempre de ella, sólo de ella.