septiembre 04, 2013

Música para bloqueos

Para Pedro que sin quererlo nos cedio el paso

Nos sentamos a hablar tonterías, intimidados un poco por el micrófono pero seguros de que al final lo que tendríamos sería un audio gracioso para compartir con los amigos, algunas canciones buenas y el gusto por repetir semejante opería.

http://www.ivoox.com/43-musica-para-bloqueo-audios-mp3_rf_2325457_1.html

agosto 13, 2013

agosto 01, 2013

este no es cualquier dolor
ni menor ni mayor que otros
es el dolor de la leche que empuja
es el dolor de las manos vacías

es la lucha contra el instinto


julio 12, 2013

Sin tiempo

Lo que más quisiera comprar es tiempo.
Ir a la tienda y junto al pan de la mañana pagar por treinta minutos. Tenerlos en la cartera y usarlos cuando quiera, incluso podría adecuarme a usarlo en horarios establecidos, podría mover todo mi cronograma sabedora de que tengo esos minutos libres a disfrutar sin importar el lugar del día en que se me permita usarlo.
Es linda la idea.
Sería como una tarjeta de recarga telefónico, el mismo formato pero alargando las horas de acuerdo a demanda, y claro no se podría pedir demasiadas en la vida porque uno estiraría demasiado su existencia y eso conlleva mucho problemas.

Cuando comencé a trabajar en una oficina recién terminada la facultad lo que más me costó fue acostumbrarme al ritmo de las ocho horas laborales, antes de de eso estaba tan libre y feliz como estudiante que el horario laboral lo sentí como un grillete, lo es en realidad, pero en ese entonces lo sentí de un plomo mucho más pesado, ahora en cambio lo cargo con cierta resignación.

Hace unos días encontré una libreta de ese tiempo en el que yo anotaba un análisis de mi día: “El día tiene veinticuatro horas, ocho duermo, ocho trabajo, las otras ocho pueden subdividirse en dos horas diarias de ducha y baño, una hora de pérdida en el transporte público, tres horas de comidas; en total solo tengo solo dos horas para vivir”. La anotación termina ahí. Un análisis pueril hijo de la desesperación de aquel entonces.

Ahora las desesperaciones son múltiples y variadas pero a la vez se sobrellevan de mejor manera, de todos modos persiste esa sensación de “estar sin tiempo” y de ahí la necesidad de conseguirlo a toda costa. Evadimos tareas, rebotamos responsabilidades, pedimos ayuda lo que sea para tener un tiempo más. Un amigo me comentó que hay una película que trata de este tema, en la peli la moneda de cambio es el tiempo y la trama gira en torno a la posibilidad de conseguir o no más tiempo. En esa lógica y si hablamos de tiempo de vida los niños sería los millonarios.

Un deseo largamente acariciado por mi es tener un día completo, un solo día donde no salga siquiera de la cama y donde pueda empezar a leer un libro hasta terminarlo, sin interrupciones de ningún tipo. Un amigo punk me contó alguna vez que después de andar viviendo de prestado en muchas casa o alquilar  lugares muy incómodos, si conseguía un dinero se pagaba una noche en un hotel, por lo general leía y se la pasaba en cama. Se compraba un paréntesis en su vida de punk independiente y pobre como para darse ánimos y seguir.


Yo no tengo nada de punk, pero en algunas cosas todos somos iguales.

julio 06, 2013

La vida en pijamas

Lejos de la olgazanería quedarse en pantuflas hasta bien entrada la tarde puede ser mas bien un signo de no tener tiempo ni siquiera de quitarse el pijama.
Si no voy a tomar una ducha al lavantarme de la cama entonces mejor esperar para cambiarme de ropa, el tema es que el momento de tomar la ducha puede demorar demasiado, e incluso prolongarse hasta la noche y simplemente no suceder. Uno vuelve a la cama con la misma ropa con la que estuvo todo el día.
El trabajo del día pudo haber sido igual o doblemente sacrificado que el de un carretillero, y pongo este ejemplo porque esa me parece una ardua labor de la cual soy totalmente incapaz, o muy ligero como el de una secretaria de una entidad pública, el punto es que tal como dice el viejo y conocido refrán: "el hábito no hace al monje", eso sí influye en su estado de ánimo, y esta es la mayor variante.

Ponerse la mejor ropa y perfumarse, sentarse frente a una computadora y ocuparse de ver la vida ajena en el facebook no es precisamente una gran labor, a menos que uno sea encargado de redes sociales (y ni así). En cambio uno puede escribir hojas y hojas ahorrándose el tiempo preciado que implicaría tomar una ducha y cambiarse de ropa.
A veces quisierra trabajar en YPFB o en una de esas empresas que te obligan a ponerte uniforme, así no hay que desgastarse en pensar qué ropa ponerse o si está limpia, y todas esas complicaciones matinales tan detestables, solo hay que ponerse el uniforme y ya. Esto me recueda que viví doce años con guardapolvo blanco durante mi vida escolar y que luego de salir bachiller juré en la puerta del colegio nunca más usar uniforme, pero bueno, con el tiempo uno vuelve a las viejas costumbres.

De todos modos uno en pijama sigue siendo uno, pero hay algunas variantes que pueden darnos otra perspectiva de nosotros mismo aun en pijamas, por ejemplo en pijamas, picando verduras y escuchando rancheras, es un poco triste. Ahora si estamos en pijamas leyendo con un café con leche en la cama, eso es felicidad. Ahora en pijamas, en la cama haciendo zaping sin parar eso es soledad.

Llegan las once de la mañana, yo intento cuidadosamente poner al bebé en la cama para que continue su siesta y me deje tomar un baño (el me ama como nadie en el mundo me amará nunca), inocente en sus pocos meses no sabe que su llanto, fácil y caprichosos como todos los impulsos de una criatura de su edad, son lo que determinan guardar mis pantuflas o dejarlas puestas hasta la noche.

junio 06, 2013

El arte de aceptar regalos destestables

Siempre quiero tener alguien a quien mandarle encomiendas, no puede ser cualquier, tiene que ser una persona especial que este atento o atenta a mi paquete, que lo reciba con entusiasmo, que lo vaya a buscar con cierta adrenalina, que lo esconda en calidad de tesoro en el trayecto de regreso a su casa y en la privacidad de su cuarto muriendo de la emoción sienta con estremecimiento como la cinta aislante se corre al pasar el cuchillo que la desgarra. Tiene que ser alguien que casi puede ver luz al abrir la caja y viva el acontecimiento con intensidad.

Lo sé, es una exageración, me conformo con que reciba con entuasiasmo la noticia y vaya a buscar pronto el paquete. Tristemente no he logrado que nadie a quien he mandado un paquetre haga al menos una de estas cosas, mala suerte supongo. El peor caso fue la respuesta "esperas que te agradezca?".

En fin, supongo que todo esto tiene que ver sobre todo con la mala suerte, simplemente no ha sucedido, es cuestión de tiempo, seguir intentando, pero en realidad como dicen todos los libros de autoayuda "el problema está en uno mismo". La frase que voy a decir cobrar mayor peso y un dejo anecdótico en unos veinte años, por ahora es una simplre queja "cuando era joven no había internet", sí, no había internet por eso recibier y enviar paquetes  o cartas era toda una ceremonia, una acontecimietno felíz. Además estaban los tiempos de espera, en fin esos encantos cursis de las cosas de antes (eso sí sonó a vieja).

En fin el problema de no encontrar alguien que reciba mis paquetes como yo quiero que los reciban radica en que quiero que los otros sientan como yo, un típico problema de empatía. Nada que la indiferencia, el internet o la practicidad no puedan resolver, pero este tema me lleva  a pensar en otro más complejo que es la recepción de regalos no deseados, es que es la misma figura. Yo soy incapáz de hacer mala cara ante un regalo detestable, simplemento no puedo hacerlo, será una mezcla de modosa y ridícula educación, un miedo al rechazo del otro, una necesidad de huir de situaciones conflictivas, como sea no puedo hacer más que sonreír y agradecer.

Aquí podría comenzar un análisis que siempre se hace en las mesas de bares sobre la "educación" la formalidad su falsedad y bemoles, pero no caeremos en ese análisis en el que tarde o temrpano participaremos, intentemos mejor pensar en alternativas inteligentes ante los regalos no deseados.

Está la alternativa del "muéstralo y olvídalo", esa chompa horrible que te regalo tu madre y espera que adores y uses todos los días, incluso en verano. En estos casos mi sabio consejo es usar la dichosa prenda para que la persona que te vea, hay que hacerse ver un par de veces basta, luego olvídala o guardala bien en tu mochila al salir de casa.

Otra técnica infalible, no para prendas de vestir, es guardar el objeto y donarlo al bazar de la parroquia más lejana, así es, tiene que ser la más lejana, nadie quiere que su mamá se saque en la rifa la chompa que ella misma tejió.

Otra opción es darle una oportunidad, tal vez cortando las mangas sea un buen chaleco, o desatando la lana pueda servir para una de esas miles de situaciones en las que se necesita una lanita y no se encuentra... el espíritu de reutilizar puede ayudar al mundo y a los maricas que no nos atrevemos a decir que algo no nos gusta.

Finalmente esta la opción de que un "accidente" inutilece el objeto, un jaspeado accidental en la lavadora, la mordida de un perro, la cercanía de un encendedor, en fin, sean creativos.

La falsedad puede ser inteligente!.

mayo 02, 2013

En un arranque de camaradería mi amigo el veterinario me regaló un libro sobre costumbres bolivianas y maternidad. Me confesó que lo había sustraído sin permiso de una biblioteca porque el título le había recordado a mi y mi estado de gravidez. Hizo énfasis en el detalle de la "sustracción" porque eso de ponerle un poco de peligro a todo lo que cuenta es algo muy suyo.
Por mi parte se lo agradecí profundamente sobre todo porque en conversaciones anteriores habíamos hablado sobre la maternidad desde una perspectiva más bien mamífera y me hacía falta humanizar la charla.
El me preguntaba como estaba y yo le decía que bien, me recomendaba que duerma del costado izquierdo porque la irrigación sanguínea se ve favorecida, yo le decía que lo mismo me recetó el doctor, a continuación comentaba que la semana pasada había ayudado a un colega en el parto de una vaca.

En algún momento de estas conversaciones yo le comenté que había aprendido a no hablar mucho sobre la maternidad, sobre mi maternidad específicamente, porque la mayoría de mis amigos cercanos no tenía ni querían tener hijos y veían en mi segunda gestación una especie de "no aprendió la lección". Además que la maternidad tiene toda esa figura edulcorada que repele. A pesar de ello el vientre crece y crece junto con los comentarios de la gente que no pueden evitar mirar a la panza antes que a la cara.

Otro amigo muy cercano me regaló una ropita de bebé con el logo de Nirvana mientras me insistía por enésima vez que considere ponerle "Kurt". Yo le explicaba que por ahí resultaba ser un chico super coservador amante de la música clásica y que el nombre solo haría que sus amigos se burlen de él, pero mi amigo loco por la música insistía en que el nombre era crucial y que era imposible que no sea músico si se lo ponía.

Después de que la criatura hubiera nacido descubrí, por un error de logística, que mi papá intentó sacar el certificado de nacimiento, en realidad lo que quería era ponerle un segundo nombre porque no le gusta el que le di.

Puedo pasarme horas contando los detalles, pero esperaré un poco para que la literatura haga su efecto y mejore los efectos distorsionando un poco la realidad. Luego cuando sea grande le contaré el resultado, una ficción que pueda recordar y de la que pueda reír.

abril 11, 2013

39 semanas


La casa suena de noche.
Los adultos roncan, los viejos se quejan, los niños piden leche y los que nos preciamos de ser jóvenes nos regoedeamos con la mentira del teclado.
Es la costumbre de no cerrar las puertas lo que mezcla los sonidos, los ronquidos y los llantos.
Tenemos suerte, la casa es grande y hay habitaciones para todos,
El perro está fuera y ladra a lo que se mueve y a lo que no.

Pero hay momentos del día en que todo parece achicarse, las situaciones hacinan aun en las habitaciones mas grandes. 
Entonces yo huyo, como me fui alguna vez, pero entonces tenía ganas de irme de dejar todo por mucho tiempo, ahora tengo siempre ganas de volver y ahora que por fin estoy tanto tiempo aquí me debato entre la necesidad de consentir a todos, seguirles sus manías y el horror de mi pertenencia a un lugar a la par hermoso y tenebroso.

Duermo todas las noches esperando despertar asustada con el dolor,
pero los días pasan uno a uno lentos, apilándose en el calendario.
Sé que esta espera tiene un fin muy cercano por eso cada cosa que hago pierde sentido, todo es un hilvanar de minutos.

Por eso me siento a escuchar a mis padres quejarse uno del otro, sutilmente y a veces no tanto, como olvidándose ambos que soy su hija.
Por eso acompaño a mi casi centenaria abuela, nos escuchamos el silencio cortado por la tele, perdida ella en el limbo senil, volviendo solo a veces para asegurarme que esa noche sí nacerá.
Por eso le muestro fotos de plantas y viveros a mi madre, casi segura que heredará la longevidad y que solo la ocupación podrá salvarla de la total decadencia.
Por eso escucho a mi padre, le perdono y le vuelvo a querer.
Por eso me paso horas coloreando con mi hija, segura que después no podre darle este tiempo.
Por eso le peino a mi hermana unas trenzas imposibles, para que los años de diferencia y distancia se acorten entre nosotras.

Destilo café para uno, acomodo el ropero para el otro, doblo los calcetines de uno y miro las noticias con el otro.
Su tiempo de deidades ha finalizado, ahora la ternura de su humanidad me conmueve.
Somos cuatro generaciones en el mismo techo, todos esperando, un poco más o un poco menos, a un niño que todavía no quiere nacer.

abril 09, 2013

Música de banda (final)


Un martes Víctor no fue al cine, entonces fui yo a preguntar por él. Lo que encontré en su casa fue un copón negro en la puerta y a él metido dentro de un cajón. Una fuga de gas me dijeron, paso del sueño a la muerte en una sola noche.
Regresé a casa como sumergido en agua, Estela me dio un abrazo que no pude corresponder, estaba enterada de todo y lloraba con esas lágrimas que le salían por todo y nada. La despedí y regresé al cuarto de Lidia. Cinco años llevaba ahí tendida, con las llagas purulentas, sin poder morirse, otro tantos años de tratamientos y viajes habían precedido su enfermedad, pero seguía ahí marcando el ritmo de los días, los suyos, los míos, pero los días, en su inmovilidad daba pautas imponía acciones, regulaba la vida.
Yo era un robot, inmune ya a todo, me había acostumbrado al dolor, a la enfermedad convivía con ella como se hace con una puerta rota que nadie repara nunca. También convivía con mis propios pensamientos, mis deseos oscuros de ver su cama vacía, el temor a lo que vendría cuando ella no estuviera, pero esos eran pensamientos que se borraban con la tardanza de la muerte, con el tiempo y una agonía que se había convertido en rutina. Una rutina que me hizo fuerte, inmune.

La banda tocó música de carnaval en el cementerio y no pude contenerme, lloré con un llanto desesperado que no me brotaba desde la infancia. No había nada más que esa música apoderándose de mi pecho y mi pobre amigo siendo encajado en el nicho. Ni las miles de coronas, ni las miradas, ni mi hermana, ni esa extraña banda, no quedaba nada que me detuviera, que contuviera ese llanto entrecortado y pueril. Todo estaba borrado en esa borrachera de dolor que me inundó.

Volví a casa, el cuarto de Lidia estaba en penumbras, entré y me senté en la cama. Casi imperceptible debajo de las sábanas, ella respiraba.

abril 08, 2013

Música de Banda (parte 3)


Además de la cocina otra de las pasiones de Víctor era el carnaval, era miembro de una de las fraternidades más antiguas de la ciudad y nunca estaba exento de responsabilidad durante los preparativos de cada año. El carnaval le servía para iniciar el año con fuerza, festejando y trabajando mucho, pero él mismo sentía la angustia de la felicidad con fecha de caducidad, por eso mismo bailaba, bebía y cocinaba con todo ardor, presintiendo el fin.
Luego era su peor época, era un tiempo de tardes largas, del despertar de todos los demonios. Venía el aniversario de la muerte de su abuela que siempre lo deprimía un poco, además el ritmo del trabajo disminuía la gente quedaba sin dinero luego del derroche y escaseaban los pedidos.
Me dijo que la última vez fue la peor, además de la tristeza empezó a tener insomnio, primero solo por algunas horas pero luego hubo semanas enteras en las que prácticamente no durmió nada. “Me asusté”, me dijo. Y fue así que llegó ir al médico. No creía demasiado en la medicina ni en los doctores pero luego de tantas noches sin dormir, torturado por una tristeza que el mismo no entendía decidió hacer caso las indicaciones. A base de pastillas recuperó el sueño y cierta tranquilidad, la receta del doctor no solo eran esas pequeñas pastillas blancas sino buscar una ocupación extra. Ya era un hombre maduro y le costaba encontrar alguna actividad en la que se sintiera cómodo, los deportes definitivamente no eran lo suyo, tampoco era demasiado creyente como para volcarse a las actividades de su parroquia, por eso cuando supo que lo martes el cine era dos por uno le pareció una excelente idea.

 Contra toda moda en nuestro pueblo el día martes era el de dos por uno. Nadie preguntó nunca porque martes, igual era la única distracción en la ciudad además de bares de mala muerte siempre abiertos.

En mi caso las películas de los martes las veían sin importarme nada el título, debía ver una película y lo hacía con rigurosidad y disciplina. Los martes eran los días en que mi hermana Estela podía ir a casa y quedarse con nuestra hermana menor Lidia. Un solo día a la semana por dos horas Estela hacía malabares para conseguir con quien dejar su panadería y sus nietos, a los que cuidaba mientras supervisaba su negocio. Esas dos horas eran el tiempo en que yo podía hacer algo que no tuviera ninguna relación con Lidia, su enfermedad y su cuidado. No tenía mucho de donde elegir, el cine, su proximidad a mi casa, la posibilidad de volver pronto me bastaban para que sea mi única elección. Luego volvía a casa despedía a Estela y volvía a la rutina de Lidia. De acuerdo al día y a la temperatura tocaba pasarle la esponja húmeda, cambiarle las sábanas, tomarle la presión.

Saltando un día la enfermera y yo la poníamos en la silla de ruedas frente a la ventana para mostrarle las calles, el ir y venir de los autos, la gente. Al principio a ella le gustaba, pero con el avance de su enfermedad quería menos, luego nada y finalmente no podía decirnos si le agradaba o no. Todos los días sin falta le colocábamos los ungüentos para las llagas, unos cataplasmas de aloe que nos había recomendado el doctor. Ni las mejores pomadas daban resultado en esas heridas atroces producto de su inmovilidad.
El cuarto de Lidia estaba junto al mío separado apenas por una pared. Puse mi cabecera junto a la suya así podía escuchar desde mi habitación si ella se afligía o sofocaba. Aquellas habitaciones eran las mismas de nuestra infancia. Lidia dormía toda la vida con Estela hasta que se casó y puso la panadería. La habitación de las chicas era amplia, antes de los frascos y la mesa con las medicinas, tenía una alfombra que era el lugar de juegos y luego el de peinados, hasta que nos hicimos grandes.
El ropero permanecía en el mismo lugar, pero sobre la alfombra del piso teníamos ahora un plástico traslúcido que ella misma puso las primeras épocas de su tratamiento cuando todo se empezó a derramar en el piso. El velador donde hacían sentar a sus muñecas era ahora el lugar donde se ponían los frascos de las medicinas. El tul de la cortina estaba cambiado por una tela pesada que corríamos pocas veces.
En la pared sin embargo se habían ido quedando los recuerdos de toda la vida. Una estampita de su primera comunión con el dibujo de una niña hincada en actitud piadosa, con borde troquelado y brillo. Una foto blanco y negro de Lidia, Estela y yo, sentados en orden de nacimiento en el pórtico de la casa, debía ser un día de fiesta porque las chicas tenía unas moñas enormes que les cubría la mitad  de la cabeza.

Con Lidia trepábamos arboles, recorríamos la ciudad en bicicleta, jugábamos al rompe cocos, nos hacíamos sándwiches de pan con azúcar y escondíamos las galletas de Estela para comerlas nosotros solos, muertos de risa llenándonos la boca de galletas con moho. De jóvenes la acompañaba a los bailes, nos contábamos secretos, yo golpeaba a quien me pidiera, ella me hacía preguntas de los exámenes, sabíamos todos los trucos para esconder ayudas memorias bajo la manga. Luego nos hicimos grandes, viajamos algo, trabajamos un poco, Estela se casó y en algún momento que me resulta difícil recodar, sin saber cómo y cuándo, la enfermedad ya nos rondaba.
Esa parecía otra vida, como si nunca hubiera sucedido, solo las fotos eran evidencia de que hubo un tiempo en que se abrían las ventanas y se escondían las galletas. Ahora no se esconde nada sino la enfermedad, la muerte a la que ya no le tenemos miedo.

Estas cosas también se las conté a Víctor, me hubiera gustado hacerlo naturalmente como correspondencia a su franqueza, a la espontaneidad con la que solía relatarme los retazos de su vida. Yo necesité de sus preguntas, me hicieron falta sus silencios expectantes. Y ahora me hacen falta también sus preguntas.
Mis idas al cine se las debo a Estela, que prácticamente me obligó a ir. Un día me vio aplicar la morfina y luego seguir con mi taza de té mientras ella sollozaba. Me obligó a tomar los martes libres y yo elegí ir al cine.

La casa de Víctor y la mía quedaban en el camino así que hacíamos el mismo recorrido de regreso, nos saludábamos a la entrada del cine y nos despedíamos en la puerta aunque era obvio que tomábamos el mismo camino de regreso.
Llegar a la casa dejar las llaves, sacarse los zapatos, abrir la puerta, en la mecánica de los martes ver a Víctor era un nota más, así como los saludos formales y las despedidas, por eso me llamó tanto la atención ver a Víctor en la puerta de mi casa. Solo una vez en meses no fui un martes y Víctor entre tímido y curioso estaba en la puerta de mi casa preguntándome el porqué. Así iniciamos nuestra larga amistad cinematográfica.
Agregamos a la rutina del martes un café, una cortesía tonta que tuve con él como respuesta a su visita por mi ausencia, yo casi nunca recibía visitas y verlo ahí seguramente me conmocionó pues a lo único que atiné fue a invitarle a pasar e invitarle un café. El también se sorprendió de la invitación, me comentó luego que no esperaba el café, pero que le agradó quedarse.
Ese primer encuentro fue incómodo, ninguno de los dos sabíamos qué decir. Serví el café en la cocina y luego de sorberlo lentamente mientras le comentaba que mi hermana no había podido hacerme el relevo nos quedamos un largo rato en silencio.
-       Si quiere se la arreglo- me dijo finalmente Víctor. Señaló con el mentón algo detrás de mí. No me acordaba cuando había empezado a gotear el grifo del lavaplatos.
-       No debe poder dormir- añadió, pero yo ni siquiera había caído en cuenta que ese goteo era un desperfecto.

Debíamos tener una diferencia de unos veinte años, nuestras vidas sin embargo solo podrían haber confluido en la casualidad. Víctor tenía una curiosidad insuperable y asumía que yo sabía más que él, me preguntaba todo sobre cine, que era nuestro tema común además de todos los desperfectos que él iba encontrando en la casa y que nos servía de excusa para programar nuevas visitas.
Siempre iniciaba con el ceño fruncido como si hubiera estado guardando las preguntas durante toda la semana para lanzármelas el martes. Conforme yo iba respondiendo o esquivando, las arrugas de la frente se le iban alisando y terminaba siempre con una sonrisa y un agradecimiento.

Siempre me hablaba con preguntas era como si lo haría al intento para que yo no tuviera forma de quedarme callado. ¿Usted que piensa de los carnavales?,¿Conoce la comparsa los truanes?, ¿salía a saltar usted en carnavales?, ¿sabe que el picante de lisas es bueno para levantar el ánimo?, ¿que habrán hecho con toda la comida que se ve en “El padrino”?, ¿contratarán cocineros para hacer la película?.
Su curiosidad y duda por el mundo, la gente y el cine eran infinitas, yo intentaba responder de la mejor manera, viendo siempre si su ceño se iba distendiendo o no para ver si me creía. A veces yo me inventaba respuestas, porque me dejaba perplejo con sus curiosidades, ¿Por qué a la gente nos gusta la música? Me preguntó una vez, quedé pasmado. Podía explicarle la biografía de los grandes compositores, detallarle las historias detrás de algunas películas, el trasfondo político y social, pero no sabía por qué a la gente le gustaba la música, ni siquiera sabía porque a mí mismo me gustaba la música.

abril 05, 2013

Música de banda (parte 2)



Los miércoles iba al mercado casi de madrugada salía con la calle aún a oscuras bien abrigado, no faltaba nunca al encuentro sabatino con las caseras las mismas de su abuela. Las calles del mercado se paralizaban a esas horas cuando llegaban los camiones del campo, solo al él por hombre, casero y madrugador le vendía al por menor los mejores productos.
Esas compras eran en parte la clave de su negocio. Conseguía los mejores productos para hacer enrolladlos, chorizos y toda clase de manjares criollos. Se pasaba largas tardes cortando verduras, embutiendo condimentos y mezclando en grandes ollas, la venta lo compensaba todo.
Trabajaba con entusiasmo, por eso mismo tenía pedidos casi a diario, ni qué decir los días de fiesta y los fines de semana. Regresando de la compra prendía la radio y trabajaba afanosamente hasta que los clientes iban llegando de a poco a su casa a recoger las viandas.
A las cuatro de la tarde solía tener la cocina limpia y los enseres secando al sol. Se tomaba un café destilado mientras hacía las cuentas, luego anotaba las ganancias en un cuaderno sucio y oloroso. Con el descanso le venía la tristeza.
Me contaba que se veía a él mismo en esa pequeña pieza donde había visto morir a su abuela y donde ahora él estaba solo, los billetes haciendo su colchón más mullido pero finalmente solo. Sobrellevaba bien esa ausencia con sus tareas culinarias pero siempre había unos minutos al final de la jornada donde podía sentir la angustia. A veces también le pasaba justo antes de prender la cocina, cuando tenía todo picado y hacía una pausa para revisar que todo esté en orden. Decía sentir un vacío como si todo ese afán no tuviera sentido, el tiempo se detenía en la habitación como suspendido por el ruido de la radio.

Según me contó luego hubo un tiempo en el que deseaba fervorosamente encontrar pareja pero luego de varios intentos fallidos había llegado a la conclusión de que sus dotes culinarias le jugaban en contra.
Se había enamorado varias veces, recordaba sobre todo a Maribel una carnicera joven de cejas espesas que lo tuvo dando vueltas y finalmente se quedó en su casa varios fines de semana. Maribel tuvo que aguantarse la angustia ante la suculenta sopa de maní que su amate le había preparaba el primer fin de semana, quería probarla asegurarse del nivel de sal, pero sabía que eso podría ofender a Víctor.
La próxima vez fue falso conejo y la tercera no pudo más, si ella no era dueña de la cocina y de la comida jamás podría ser dueña de ese hombre. No pudo explicárselo a Víctor así que le dejo una nota de despedida, tal como había visto en una telenovela “No te merezco.”  Víctor no la volvió a ver más. Eso dejó a Víctor compungido por un tiempo, me dijo que no lograba entender lo que había sucedido. Solo en la siguiente conquista cayó en cuenta de su verdadera condena.

La segunda en quedarse en su cama fue Isidora, una hermosa mujer de caderas anchas que no le dio tiempo ni de respirar, las noches con Isidora eran intensas, llenas de extravíos. Víctor me contaba todo con una inocencia plagada de expresiones que me obligaban a contener la risa. Describía a la mujer con sus manos como si los ademanes podrían dibujarla en nuestra presencia, se perdía en sus recuerdos detallando y luego era como si despertara, asustado de haberme ofendido se disculpaba continuamente y me daba un respiro para que yo pudiera al menos sonreír y decirle que no me molestaba en absoluto lo que me decía.
“Yo quedaba cansado” decía Víctor.
Agotado por la faena amatoria, como nunca en su vida se levantaba tarde y cuando lograba incorporarse Isidora ya casi había terminado de cocinar el almuerzo. Víctor comía callado, pero en el fondo de su paladar sabía que faltaba un toque de pimienta, que el perejil estaba picado muy grande. No le decía nada a Isidora pensando en la noche que se venía, en silencio se comía todo sin chistar y guardaba sus exigencias culinarias para él.
Pero lo de Isidora estaba destinado a la tragedia, el paladar le traicionó a Víctor una mañana cuando probó la sopa que Isidora había dejado  hirviendo y tuvo la osadía de aumentarle sal justo en el momento en el que ella se asomaba por la puerta. Tamaña ofensa nunca fue olvidada por Isidora.

marzo 29, 2013

Música de banda (parte1)


Desde niño aprendí a tragar lágrimas.
Cada vez que me veía llorar mi padre me daba un pellizco, era un pellizco de uñas, infame y agudo que me dejaba una marca morada por varias semanas. A plan de marcas en el brazo fui dominando el arte de contener lágrimas. En las peores caídas de mi niñez me paraba hidalgo sacudiendo el polvo de mis rodillas, ese tiempo me servía para respirar y luchar contra esa pelota de lágrimas que se me iba formando en la garganta, trepando presurosa hasta mis ojos. Luego del porrazo mi padre y su mirada estaban sobre mí como un halcón listo a clavarme sus garras. Yo respiraba, deslizaba las lágrimas y me las tragaba mientras me frotaba las rodillas, a lo sumo torcía la boca, iba deslizando una a una todas las lágrimas, tragándolas con dificultad, sintiendo su sal en mi garganta.  
Con el tiempo aprendí otros trucos, convertía esa pelota en una fuerza que bajaba hasta mi brazo y daba un puñete, o incluso hasta mi pie volviéndola en una brutal patada.  

Mis hermanas en cambio recibían abrazos y mimos con cada llanto, para mí la recompensa venía con la palmada en la espalda o la mirada de aprobación justo después de comprobar que no había llorado. El sabor salado en mi garganta se hizo con el tiempo imperceptible. Todo ejercicio tiene sus resultados, el mío fue la ausencia de llanto, pasé años sin derramar una lágrima, la angustia y el dolor me pegaban en seco.
Mi desborde más cercano fue el velorio de mis padres, sus muertes seguidas apenas con meses se juntaron cargadas ambas de una pesadumbre densa como una nube que puso a prueba mi capacidad de contención. No era ni siquiera la pena, era el contagio que sentía por el llanto de los demás, el dolor acuoso de mis hermanas acompañando mi respiración con sus quejidos, un golpe con cada quejido en la poderosa represa que durante años había construido. Aún así resistí hasta el último momento.

………

La velocidad de la vida no es la de los sentimientos, las cosas se suceden con un compás diferente al de la razón y el sentimiento, nos toma años procesar el dolor y la felicidad, pensar sobre ellos. Para cuando los hemos comprendido, muchas veces es tarde. Me tomó años encontrarme cara a cara con el dolor, fue Víctor el que lo trajo él que nunca hubiera querido hacerlo.

Víctor era un hombre peculiar uno de esos niños que no se sabía de dónde había salido, su padre y su madre nunca se habían visto junto a él, creció con su abuela una mujer que siempre fue vieja y que era toda su familia. Doña Edelmira se llamaba, tenía una gran mano para la comida criolla, contaban que de chica había trabajado de cocinera en una familia muy bien acomodada donde no le hacían faltar los mejores ingredientes, se decía que había llegado a tener hasta cinco ayudantes a su mando.
Fiel acompañó a sus patrones hasta el límite de su bancarrota y sólo cuando remataron la casa y no pudieron pagarle un sueldo decidió independizarse.

Se perdió de vista por varios años, se decía que había estado en Argentina y que había tenido una hija, pero las versiones no pasaban de ser simples rumores. Un buen día regresó, algo avejentada pero con su espíritu laborioso intacto, no dio demasiados detalles sobre su ausencia, consiguió un puesto como barrendera municipal y no le costó trabajo usar sus habilidades culinarias para ganarse un dinero extra. Poco después de nacer Víctor quedó al cuidado de ella sin mayores noticias de sus padres, de pronoto un día apareció cuidando un bebé y mantuvo el mismo mutismo que había tenido sobre su ausencia.
Mientras era bebé lo llevaba a la espalda incluso en las madrugadas, barría las calles y le cantaba unas tonaditas lentas para que quedara dormido, bien cubierto con un paño delgado para que no respire la polvareda ni tome frío. La mujer se fue dando modos de criar al niño, de cocinarle, de mandarle a la escuela, pero los años le iban pesando. Ella se encorvaba mientras el niño ganaba estatura.

Contra sus principios y obligada por las circunstancias, tuvo que enseñar a Víctor los secretos de su cocina. Al principio su abuela le encomendaba pequeñas tareas como encender la olla, o pelar papas, pero la necesidad de ganarse unos pesos extras, hicieron que fuera delegando a su nieto tareas cada vez más complejas. Víctor a los diez años pelaba papas mientras miraba la televisión, tan entrenado estaba desde chico que le salió natural el gusto por la cocina. Cuando la viejita se fue de este mundo Víctor tenía ya una bien ganada fama de chef criollo. 

marzo 22, 2013


Intenté con la costura y también con las manualidades pero simplemente no soy yo. Al tejido y al groche ni me acerqué porque tengo demasiadas imágenes prejuiciosas asociadas a estas actividades.
Lo cierto es que las ganas de hacer algo con las manos tiene alguna explicación, el instinto animal es la más fácil de comprender. Como cualquier otra hembra del reino animal, una prepara el lugar para que llegue la nueva criatura. Es lógico, tiene sentido, es solo que cuando se trata de los humanos todo se complica se llena de remilgos, de prejuicios, de explicaciones.

Cuando esperaba a la Lucía dejé el trabajo al quinto mes, de un trabajo de ocho horas me vi de pronto pasando todo el día en casa sin dinero y con todos los fantasmas reales e imaginarios de las embarazadas primerizas. En esa locura visité a todos mis amigos con quienes había perdido cierto contacto, uno de ellos tenía una perra que acababa de parir (he contado esta historia varias veces, pero por algún motivo no me canso de hacerlo). Yo sentía simpatía por el animal porque creía, y aun creo, que estábamos compartiendo una misma experiencia vital, ella un poco antes que yo claro pero inmediatamente me nació la solidaridad. Como andaba sin trabajo y con la mente ocupada en tonterías me hacía ilusión pensar en criar a un cachorro humano y uno canino al mismo tiempo, así emprendí una faena irracional justificada solo por el coctel de hormonas de la preñez. Tenía en mi cabeza esta imagen cursi de madre hermosa y recién parida (combinación imposible) que sale de paseo con un cochecito de bebé y un hermoso perro que apenas tira de una cadena, se sienta en un parque y lee deliciosamente un libro mientras los dos cachorros duermen.

Aun no entiendo como no pude atar los cabos de la lógica y el sentido común en esa tonta imagen, creo que se debe en gran parte a que vi mucho “101 dálmatas” cuando niña. Ahí todos los perros eran hermosos, sabios y educados o al menos tenían una gracia. Esas imágenes más la obnubilación de la maternidad trastornaron mi juicio. Por supuesto que crié a mi perra y para eso me leía varios manuales y fijé mi rutina según las indicaciones del “La guía de tontos para criar perros”. Hasta ahí fue todo bien, pero el caos comenzó cuando la bebé y el perro comenzaron a comportarse como lo que son, no figuritas de Disney sino seres de carne y hueso que quieren atención, ensucian pañales y perforan mangueras del vecino, respectivamente.

El aterrizaje a la realidad fue forzoso, me costó pedir muchas disculpas reponer zapatos, mangueras y leer a la par un libro para madres primerizas y cómo enseñas a dormir a menores de un año.
El saldo final fue positivo: sobreviví.

Quiero pensar que mi instinto de preparar el nido se canalizó en la crianza de otro ser vivo. Me agradó que fuera así y no en un ajuar completo de lana de angora.
Pero ahora en situación similar, descartada la crianza de otro animal y con el de tres años demandando mi continua atención creo que lo único que podré hacer es escribir tonterías y guardarlas para que las lea algún día.

Me gustaría leer ahora lo que mi madre hubiera escrito cuando me estaba esperando, ella era (y aun es) una mujer muy racional y fuerte, no tiene ni tuvo tantas pajas mentales como yo. Seguramente tejió un par de cosas y arregló un maletín con lo más práctico sin hacerse demasiado problema de nada.

Mientras yo doy vueltas en la casa impaciente sin saber muy bien qué hacer, segura de que olvidaré llevar al hospital lo importante y angustiada por cualquier cosa como si el mundo reclamara mi presencia y no fuera yo la que hubiera aceptado y forzado tomar distancia de él.

Lo único que puedo hacer con mis manos, que ya es bastante inútil y no abriga nada, son estas letras tontas. Ojalá al menos le sirvan para reírse un poco en el futuro cuando yo sea por fin una persona mayor.

marzo 21, 2013


La situación ideal para escribir no existe, si se da es un golpe de suerte, lo que en realidad tendría que haber es voluntad y disciplina, luego pueden darse momentos inspiradores pero en realidad todo se basa es un ejercicio constante.

Una vez decidí pintar por mí misma el departamento donde vivía, la tarea no solo se me hacía retadora sino interesante, me veía escogiendo colores y cubriendo paredes con pintura, una escena tonta de película. La realidad fue que de todo el tiempo que tardé en pintar esa casa el ochenta por ciento lo ocupé en todas las otras tareas previas y posteriores que implican pintar. Lijar las paredes de la pintura vieja me tomó varios días, lo mismo sacar los enchufes e interruptores, ni qué decir poner cinta adhesiva de papel para delimitar los colores de techo y paredes, además cubrir los pisos, mover los muebles.

Para cuando me tocaba realmente sumergir el rodillo en la pintura estaba agotada y con muchas ganas de dejar todo tal como estaba. Tuve que terminar por supuesto pero todo el romanticismo alrededor de la idea de pintar mi propia casa se derrumbó por completo. Fue una experiencia aleccionadora porque luego pude extrapolarla a un montón de otras tareas de ese tipo que se ven de lo más interesantes y buena onda pero que en realidad son un trabajo árduo y lleno de procesos previos y posteriores sin los cuales nada saldrá bien.

Todo es oficio supongo, práctica, maña, hacer una y otra vez hasta conocer las herramientas los procesos, los secretos. Pero para eso hay que tener, otra vez, voluntad y disciplina. Los artesanos a pesar de la idea más romántica que de ellos se tiene aprendieron por necesidad, pero no es precisamente el entusiasmo lo que los hizo expertos sino años e incluso generaciones de práctica de saberes pasados de unos a otros. No es raro entonces que haya artesanos que hayan muerto con lo que sabía, les habría costado tanto aprender su oficio que prefirieron llevárselo a la tumba antes que enseñar a alguien que no fuera digno de esos saberes, entre ellos incluidos sus hijos e hijas.

El entusiasmo es engañoso, mejor dicho sirve mejor para algunas cosas, empresas cortas actividades con un principio y fin claros. No para los oficios, no para lo que requiere ser testarudo, estar asfixiado por la necesidad o simplemente no tener alternativa. Desde ese punto de vista muchas virtudes son en realidad fruto de no tener otra salida. Cuando uno tiene muchas opciones se convierte en un bueno para nada.

El punto es que en la búsqueda del momento perfecto para escribir uno se da cuenta que no existe, las excusas para no hacerlo son más fáciles de encontrar que en cualquier otro oficios, desde no tengo tiempo hasta no tengo lápiz. En el fondo lo que hay es un profundo miedo a no poder hacerlo, o a hacerlo mal como siempre que un aficionado deja de mirar para empezara a hacer.

marzo 19, 2013

Hace un tiempo vivía con una prima en el décimotercer piso. Era una suerte, la ciudad era fría y llena montañas así que vivir tan arriba nos permitía tener el sol casi durante todo el día entrando por alguna ventana. Ahora vivo en una ciudad plana en el cuarto piso, pero aquí hace calor y solo dan ganas de escaparse. Llegan las once de la mañana y me voy impacientando como si algo terrible e inevitable fuera a pasar, me invento cualquier plan para bajar las gradas. En la planta baja con por lo menos cuatro grados menos la gente camina tranquila o a veces no hay nadie y me siento tonta en el pasillo sin tener nada más que hacer que no sentir calor. Podría pasar la tarde sentada en las gradas, esperando que el sol se vaya como si fuera un visitante que no puedo sacar de mi casa y que solo debo esperar a que se vaya.
En la noche me llega el fresco y me siento estúpida, no es posible que no pueda vivir en una casa calurosa, razono, respiro hondo y me tranquilizo, en la noche es fácil tranquilizarse con veinte grados a las diez de la noche. 
Pienso que hay mucha gente que vive en climas extremos, calores sofocantes o fríos que duran casi todo el año, porqué no podría acostumrbarme yo, a un clima un poco más caluroso?. Pero luego me da sueño y el día vuelve a pasar, y son de nuevo las once de la mañana y luego llegan las tres y es un día despejado y yo otra vez sin saber que hacer muerta de calor, enloquecida por el sudor y las ganas de sentarme en el pasillo en la planta baja a esperar que se pase el sol.
Luego otra vez la noche, las razones, la averiguaciones sobre aire acondicionado, el cansancio y el sueño. Y así cada día en un ciclo malévolo. 
El invierno será bueno, me digo para consolarme.

marzo 04, 2013

Gracias al fútbol

Puedo entener la pasión humana por casi cualquier cosa, pero por el fútbol sí que me cuesta. Me rechiflan y desacreditan mis amigos hinchas pero es la verdad, me dicen que no es posible que haga tal afirmación, por lo general me repiten frases de periodistas deportivos como "futbol pasión de multitudes" pero ninguno logra articular alguna argumentación válida más allá del enojo reflejado en la frase "es que no entiendes".

Debo partir diciendo que yo soy en general poco sensible a las emociones deportivas en general, fruto de mi natural tendencia a dormir mucho y no ejercitar el cuerpo quizás, o a lo mejor de mi profesora de educación física que nunca me dejó postularme para el equipo de basquet y me fue raleando discretamente para no tener que mirarme a los ojos y decirme de frente "no tienes ninguna chance chica, me haces perder el tiempo".

Cualquier fuera el o los motivos lo cierto es que soy poco sensible a los deportes pero no insensible, un par de letras hace toda la diferencia. Yo miro con pasión las olimpiadas e incluso en las copas mundiales de fútbol disfruto de las reuniones sociales al rededor de la tele y de seguir los partidos por las conexiones piratas que los fans ponen en internet. Pero hasta ahí.

Tengo entrañables amigos, genios, poetas, que mutan en seres dominados por un balón, con su humanidad predispuesta a cuarenta y cinco minutos por lado, no son nada ni nadie cuando hay un partido de su interés. Cualquiera aguanta dos tiempos, pero durante el mundial del futbol o los finales de los campeonatos uno puede facilmente sentir que vive en una ciudad zombie. Se apodera una muerte cerebral masiva, desde el micro, la prensa, el facebook y ni qué decir la televisión, la gente respira una atmósfera llena de pelotas, camisetas sudadas y excitación incomprensible.

Puedo entender cierta euforia por equipos con trayectoria o una brillante liga nacional, pero al fan boliviano le creo menos que a cualquiera, tal vez por eso en Bolivia uno nunca es solamente hincha de un equipo nacional sino que tiene otro de un país vecino o sigue "la champions" o se interesa por el "calccio" o tiene una polerita del real madrid. La evidencia no es poca para dudar de la capacidad deportiva nacional, uno tiene que alimentar esa pasión aunque sea con glorias ajenas.

Está pasión además se le atribuyen cualidades superpoderosas, la unión nacional es muchas veces puesta en juego cuando se habla de las cada vez menores posibilidades del seleccionado boliviano. Mientras los raquetbolistas disputan la medalla de oro en campeonados mundiales, los titulares deportivos se pierden en los culebornes cada vez más telenoveleros de la dirigencia futbolística.

Al futbol, supongo, lo mantiene vivo como una pasión la imposibilidad de dar glorias. El conformismo nacional es reflejo de las miserables gloria.

Algunas otras serias taras del fútbol y su fanaticada son:

  • El uso indiscriminado de adjetivos: bola, pelota, esférico, etc, etc.
  • La triste prentención que todo en la vida puede tener una descripción futbolística: "le golearon", "no da pie con bola", "son cosas del fútbol", " me sacaron tarjeta roja", etc,etc.
  • La facilidad con que el tema deja fuera de conversación a un montón de gente que no ha visto el partido y la molestia de tener que responder cada vez NO a la preguntita de los lunes en la mañana "viste el partido?", como si fuera una obligación moral.
Lo que sí le agradeceré al futbol por el resto de mi vida es la preciosa tonadita de los relatores, que en su intento de innovar no hacen más que arrullar. A esa grácil melodía le debo las mejores siestas de fin de semana.  

febrero 14, 2013

La hija del medio

Quisiera venir de la riqueza de las culturas ancestrales
pero apenas llego a reconocerme en la promiscuidad del mestizaje
muy morena en las fiestas de salón
blancucha en los mercados

No hablo ninguna lengua indígena
pero imito la entonación de jailones
una "g" en vez de "r"
también una "r" larga y arrastrada como en los micros

camino siempre en el medio
hermosa en las fiestas de pueblo
corriente en los salones de té

Moriré por comer tripitas en las esquinas
deseando de vez en cuando un "crambulé"




febrero 07, 2013

Justicia vial

La cercanía del transporte pesado y el roce diario con el transporte público hacen brotar mi lado animal. Hace varios años que manejo y podría sentirme privilegiada, muchas veces es así. Pero mientras más manejo, más disfruto cuando me subo a un micro y puedo sentarme y perderme en mis pensamientos sin preocuparme por algun desgraciado que quiere adelantarme por derecha.

El tráfico vehicular es sin duda la expresión misma de la jungla de la ciudad. Es en el pavimento donde los instintos de supervivencia de las cavernas encuentras su huequito para prevalecer.
El hombre y la máquina siempre han tenido un amorío problemático, por eso cuando aparecieron las muejeres al volante simplemente no les gustó porque es "poco natural", una relación lésbica e incómoda, así que manejar no solo conlleva la complejidad de sumergirse en la selva de motores sino, de yapa, toparse con alguien que te grita "vaca!!" a manera de insulto justo después de que le hayas dicho "caballo" advirtiéndole del cuadrúpedo que está a punto de atropellar.

Aun en las mañana lluviosas, y viendo las nubes negras que desde el cuarto piso me permiten pronosticar el clima mejor que en la tele, puedo tener un excelente humor. Incluso sortear el desafío de las gradas sin barandas, sostener a una niña de tres años que se niega a quitarse las botas de agua que le quedan grandes y cargar un bolso lleno de cosas, nada de eso logra variaciones en mi humor. Pero ante el tráfico me rindo, dejo brotar mi instinto y mi espíritu justiciero.

Ayer fue mi día de "boy scout" el trufi que iba delante chocó con un auto estacionado, por supuesto se dio a la fuga porque el dueño del auto no estaba allí. Memoricé la placa del auto delicuente y estacioné cerca, busqué en el bolso un papel y en el dorso de una invitación de matrimonio escribí "el auto que le chocó era un trufi de la línea 45 placa XXXX", lo deje en su parabrisa.

Lo único que me faltó fue la espada para hacer la "Z" .

febrero 05, 2013

Internet te hace creer que todo es posible, pero haces click en "apagar" y la vida sigue igual.

febrero 04, 2013

El asunto es siempre encontrar las palabras de inicio, la forma de comenzar todo y la frase siguiente. Nada funciona sin esas dos partes. El final es dificil también pero se ve como muy lejano aun, el problema incial es las dos ideas que conecten concuerden y abran por fin la puerta.
Lo peor es tener ganas y no saber cómo comenzar, es un poco como el sexo con un desconocido, uno sabe lo que quiere pero no sabe como llegar al momento mismo, al punto en que todo fluirá y por fin se dejará de pensar.
Una maestra de las crónicas como es Leila Guerreiro, dice que corre en las mañanas, o que simplemente da vueltas en su casa hasta que algo haga click en su cabeza. El comienzo es difícil por eso se guarda un carpeta con recortes de coas que le interesan y que podrían servirle. Hay muchas manía que a mi emgustaría compiarle a la gente, esa de cuardar recortes me gustapero simplemente no tengo la disciplina, me gustaría tener algún tik delator algo así como que me tiemble o ojo o rascarme la punta de la naríz, pero esas cosas son involuntarias y yo tengo mucho de personal normal para tener señas tan particulares.

Luego del primer párrafo viene la deriva, por fin libres del primer impulso habiendo saltado finalmente a la piscina de las palabras uno abre una nueva ventanita del chat, o cambia de música, o cualquier otra cosa que no tenga ninguna relación con lo que se va a escribir. Es como el engaño del "tentenpie". Ese bocadito que comemos solo para distraer el estómago mientras el hambre sigue.

No sé bien como se escribe, si tiene que ver con la rutina, la disciplina la posibilidad o tantas otras cosas. Solo siento muchas ganas. Unas ganas incontenibles que me hacen incluso escribir tonterías. Pero bien me digo, creo muchos más en eso, en esas ganas fuertes casi animales.

enero 08, 2013

Lo del vaso medio lleno o medio vacío es cierto. Yo a esta nueva casa prestada le veo cosas buenas y malas según mi humor. No me hace gracia su temperatura tropical, su piso manchoso, ni su ubicación en el quinto piso sin ascensor. Me gusta la tina, el ropero grande y el vértigo que se siente al mirar por la ventana. Debo acostumrbrarme, agradecer mis opciones. Miro las cajas por subir desde la ventana  y quisiera volar o conseguir una polea, pero la Lucía aún no puede tirar de ninguna cuerda sin tomarlo como un juego y yo tengo una panza enorme como una sandía. Paciencia me digo. Paz y ciencia.