agosto 08, 2012

Siento una verguenza obscena cuando alguién habla de lo que escribí. No es pudor, ni humildad, es verguenza, verguenza de esa que se siente cuando una hace pis en vía pública y nota que hay gente mirándole el trasero.
Aun así me quedan ganas de escribir, y sigo aquí quitando tiempo de donde no lo tengo.
Y quiero asistir a talleres y quiero hablar con gente y quiero tomar cerveza y mucho vino. Cuando son las ocho y media estoy secando a mi hija de su baño, se ríe porque le hace cosquillas la toalla, a veces me hace un lío de nada como si sospechara mis deseos, en esos momentos todas esas cosas postergadas pierden sentido mientras le veo una roncha, la suciedad detrás de las orejas, mientras me doy cuenta que ya sabe decir "triángulo", pero vuelven como una avalancha y me aplastan contra la cama.
Respiro, respiro muchas veces y leo, leo porque así me pierdo me olvido.
"Paciencia" me digo, todo tiene su tiempo y no soy un monstruo.
A las nueve la gente llega  a los boliches, habla sobre teorías del mundo, se ríe de operías, come.

A esa hora yo tengo tantas ganas de fumar, pero no sé cómo.