febrero 07, 2013

Justicia vial

La cercanía del transporte pesado y el roce diario con el transporte público hacen brotar mi lado animal. Hace varios años que manejo y podría sentirme privilegiada, muchas veces es así. Pero mientras más manejo, más disfruto cuando me subo a un micro y puedo sentarme y perderme en mis pensamientos sin preocuparme por algun desgraciado que quiere adelantarme por derecha.

El tráfico vehicular es sin duda la expresión misma de la jungla de la ciudad. Es en el pavimento donde los instintos de supervivencia de las cavernas encuentras su huequito para prevalecer.
El hombre y la máquina siempre han tenido un amorío problemático, por eso cuando aparecieron las muejeres al volante simplemente no les gustó porque es "poco natural", una relación lésbica e incómoda, así que manejar no solo conlleva la complejidad de sumergirse en la selva de motores sino, de yapa, toparse con alguien que te grita "vaca!!" a manera de insulto justo después de que le hayas dicho "caballo" advirtiéndole del cuadrúpedo que está a punto de atropellar.

Aun en las mañana lluviosas, y viendo las nubes negras que desde el cuarto piso me permiten pronosticar el clima mejor que en la tele, puedo tener un excelente humor. Incluso sortear el desafío de las gradas sin barandas, sostener a una niña de tres años que se niega a quitarse las botas de agua que le quedan grandes y cargar un bolso lleno de cosas, nada de eso logra variaciones en mi humor. Pero ante el tráfico me rindo, dejo brotar mi instinto y mi espíritu justiciero.

Ayer fue mi día de "boy scout" el trufi que iba delante chocó con un auto estacionado, por supuesto se dio a la fuga porque el dueño del auto no estaba allí. Memoricé la placa del auto delicuente y estacioné cerca, busqué en el bolso un papel y en el dorso de una invitación de matrimonio escribí "el auto que le chocó era un trufi de la línea 45 placa XXXX", lo deje en su parabrisa.

Lo único que me faltó fue la espada para hacer la "Z" .

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