marzo 19, 2013

Hace un tiempo vivía con una prima en el décimotercer piso. Era una suerte, la ciudad era fría y llena montañas así que vivir tan arriba nos permitía tener el sol casi durante todo el día entrando por alguna ventana. Ahora vivo en una ciudad plana en el cuarto piso, pero aquí hace calor y solo dan ganas de escaparse. Llegan las once de la mañana y me voy impacientando como si algo terrible e inevitable fuera a pasar, me invento cualquier plan para bajar las gradas. En la planta baja con por lo menos cuatro grados menos la gente camina tranquila o a veces no hay nadie y me siento tonta en el pasillo sin tener nada más que hacer que no sentir calor. Podría pasar la tarde sentada en las gradas, esperando que el sol se vaya como si fuera un visitante que no puedo sacar de mi casa y que solo debo esperar a que se vaya.
En la noche me llega el fresco y me siento estúpida, no es posible que no pueda vivir en una casa calurosa, razono, respiro hondo y me tranquilizo, en la noche es fácil tranquilizarse con veinte grados a las diez de la noche. 
Pienso que hay mucha gente que vive en climas extremos, calores sofocantes o fríos que duran casi todo el año, porqué no podría acostumrbarme yo, a un clima un poco más caluroso?. Pero luego me da sueño y el día vuelve a pasar, y son de nuevo las once de la mañana y luego llegan las tres y es un día despejado y yo otra vez sin saber que hacer muerta de calor, enloquecida por el sudor y las ganas de sentarme en el pasillo en la planta baja a esperar que se pase el sol.
Luego otra vez la noche, las razones, la averiguaciones sobre aire acondicionado, el cansancio y el sueño. Y así cada día en un ciclo malévolo. 
El invierno será bueno, me digo para consolarme.

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