marzo 22, 2013


Intenté con la costura y también con las manualidades pero simplemente no soy yo. Al tejido y al groche ni me acerqué porque tengo demasiadas imágenes prejuiciosas asociadas a estas actividades.
Lo cierto es que las ganas de hacer algo con las manos tiene alguna explicación, el instinto animal es la más fácil de comprender. Como cualquier otra hembra del reino animal, una prepara el lugar para que llegue la nueva criatura. Es lógico, tiene sentido, es solo que cuando se trata de los humanos todo se complica se llena de remilgos, de prejuicios, de explicaciones.

Cuando esperaba a la Lucía dejé el trabajo al quinto mes, de un trabajo de ocho horas me vi de pronto pasando todo el día en casa sin dinero y con todos los fantasmas reales e imaginarios de las embarazadas primerizas. En esa locura visité a todos mis amigos con quienes había perdido cierto contacto, uno de ellos tenía una perra que acababa de parir (he contado esta historia varias veces, pero por algún motivo no me canso de hacerlo). Yo sentía simpatía por el animal porque creía, y aun creo, que estábamos compartiendo una misma experiencia vital, ella un poco antes que yo claro pero inmediatamente me nació la solidaridad. Como andaba sin trabajo y con la mente ocupada en tonterías me hacía ilusión pensar en criar a un cachorro humano y uno canino al mismo tiempo, así emprendí una faena irracional justificada solo por el coctel de hormonas de la preñez. Tenía en mi cabeza esta imagen cursi de madre hermosa y recién parida (combinación imposible) que sale de paseo con un cochecito de bebé y un hermoso perro que apenas tira de una cadena, se sienta en un parque y lee deliciosamente un libro mientras los dos cachorros duermen.

Aun no entiendo como no pude atar los cabos de la lógica y el sentido común en esa tonta imagen, creo que se debe en gran parte a que vi mucho “101 dálmatas” cuando niña. Ahí todos los perros eran hermosos, sabios y educados o al menos tenían una gracia. Esas imágenes más la obnubilación de la maternidad trastornaron mi juicio. Por supuesto que crié a mi perra y para eso me leía varios manuales y fijé mi rutina según las indicaciones del “La guía de tontos para criar perros”. Hasta ahí fue todo bien, pero el caos comenzó cuando la bebé y el perro comenzaron a comportarse como lo que son, no figuritas de Disney sino seres de carne y hueso que quieren atención, ensucian pañales y perforan mangueras del vecino, respectivamente.

El aterrizaje a la realidad fue forzoso, me costó pedir muchas disculpas reponer zapatos, mangueras y leer a la par un libro para madres primerizas y cómo enseñas a dormir a menores de un año.
El saldo final fue positivo: sobreviví.

Quiero pensar que mi instinto de preparar el nido se canalizó en la crianza de otro ser vivo. Me agradó que fuera así y no en un ajuar completo de lana de angora.
Pero ahora en situación similar, descartada la crianza de otro animal y con el de tres años demandando mi continua atención creo que lo único que podré hacer es escribir tonterías y guardarlas para que las lea algún día.

Me gustaría leer ahora lo que mi madre hubiera escrito cuando me estaba esperando, ella era (y aun es) una mujer muy racional y fuerte, no tiene ni tuvo tantas pajas mentales como yo. Seguramente tejió un par de cosas y arregló un maletín con lo más práctico sin hacerse demasiado problema de nada.

Mientras yo doy vueltas en la casa impaciente sin saber muy bien qué hacer, segura de que olvidaré llevar al hospital lo importante y angustiada por cualquier cosa como si el mundo reclamara mi presencia y no fuera yo la que hubiera aceptado y forzado tomar distancia de él.

Lo único que puedo hacer con mis manos, que ya es bastante inútil y no abriga nada, son estas letras tontas. Ojalá al menos le sirvan para reírse un poco en el futuro cuando yo sea por fin una persona mayor.

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