marzo 05, 2012

Oruga III


Pensé que el domingo en la tarde sería diferente, estoy convaleciente en la casa de mis padres, en pantuflas y pijama tres días seguidos. Pero me equivoqué. Son las seis y el sentimiento de hueco evade toda circunstancia distinta y se instala como todos los domingos en la tarde. No hay nadie en casa, es la pesadez del domingo lo que los saca de aquí, el cine, el mercado, los familiares a cada quien le engulle su propio agujero negro. A mí no me queda otra que escribir. Es la primera vez que no tengo opción y sólo puedo escribir, debería sentirme afortunada, pero es domingo en la tarde eso lo arruina todo.

En circunstancias normales estaría horneando algo. Desde hace un par de meses he sufrido el ataque del espíritu pastelero. Más o menos a las tres cuando ya he desistido de intenta dormir siesta y la Lucía ha convertido la cama en su ring de entrenamiento de saltos mortales, entonces viene puntualmente el espíritu pastelero y se instala.

Mi hermana suele mandarme mensajes al celular, ella también sufre del síndrome de domingos por la tarde: “cuál es el menú?” pone. Empecé tímidamente con algunas recetas más por usar la cosas que tenía en la despensa a modo de matar las horas del domingo, luego me fui especializando. El fin de semana de carnaval, que fue como un domingo al cubo, hice dulce de guayabas, mi hermana se mataba de risa en el teléfono mientras le contaba, simplemente no podía creer hubiera llegado tan lejos, el dulce de guayaba es un clásico de nuestra infancia.
Salió genial, pero seis frascos de mermelada y dos personas y media son augurio de largas tardes de domingo sin la posibilidad de hacer otro dulce. Antes había hecho galletas de avena, queque de plátano, empanadas de queso, un postre de avena y manzanas, la lista sigue y seguirá… mientras el espíritu no me deje en paz.
Lo que más me gusta de meter las cosas al horno es algo un poco tonto, es fácil explicar que es el calor el que transforma los alimentos crudos, la palidez de la masa en una cosa dorada y crujiente de olor invasivo. Doy un respingo de felicidad al sacar las cosas del horno morenas y olorosas, como un regalo, como si no fuera el calor ni la química de las mezclas, sino que el horno una caja de mago, un lugar donde las cosas se vuelven así, morenas, crujientes y sabrosas.

Por supuesto que está cursi imagen está estrechamente ligada a los fracasos pasteleros, muy frecuentes en mi caso, dada mi reciente incursión y mi poca experiencia. Lo único que me gusta realmente es sacar las cosas del horno, pero a veces este puede ser el inicio de la decepción. Muchas veces he matado al espíritu pastelero a plan de olor a quemado, suele ser muy mortífero. Pero el espíritu revive el siguiente domingo, ileso, entusiasta seguro del éxito del próximo intento.

A diferencia de los otros domingos esta vez no tengo la promesa del lunes. Sí la del reposo obligatorio, la tele encendida y la espera para ver que la gente vuelva de su trabajo y me pregunte por enésima vez cómo va mi herida. Tengo pánico a esas horas muertas, entre el desayuno y el almuerzo, esas horas sin nada con que llenarlas, esperando, solamente esperando. Debo alistar el regreso supongo, aunque en Cocha tampoco podré trabajar y las horas de espera no serán de completo ocio, pero así como el espíritu pastelero me llama a cumplir las leyes del horno, el domingo por la tarde me dice que debo regresar a trabajar.

La herida está bien, hoy me sacaron el esparadrapo grande y finalmente nos conocimos. Es una línea horizontal casi perfecta, aun tiene el marco amarillo del desinfectante que ponen antes de cortar y los hilos a los extremos. Es fina pero tiene una irregularidad que supongo es natural. Y yo que quería un tatuaje…. ahora tengo una cicatriz. Me pregunto qué me parece, y la verdad no me parece nada, no tengo opinión sobre ella, supongo que pudo ser peor. “yo tengo una con punto pata de gallo” me dijo mi amiga un tanto para consolarme. La mía no tiene puntos ni ribetes, pero es nueva, es una nueva marca, ya tendré tiempo para elaborar todo el tema de las cicatrices y las marcas, hoy solo la miré con curiosidad, nos conocimos. Supongo que no es como el tatuaje, pero la verdad es que no puedo quejarme, pudo ser peor.

Ya puedo vestirme sola, y mañana quinto día después de la operación podré finalmente tomar una ducha y dejar el baño de esponja. Supongo que el tema del cuerpo está pasando, está mejorando, pero me da un poco más de miedo el tema simbólico de la operación. Por ahora solo descanso y ya, ni he querido ponerme a pensar si esto me afectará en algo más adelante.
Mejor no pienso, me va mejor cuando no lo hago.  

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