Rompecabezas de Nicanor Parra es un libro de poemas para leer con cubiertos, en cada hoja siendo que es preciso realizar cortes pequeños, precisos, de tal manera que cada frase sea un bocado. Ensarto en delicadamente esas palabras que parece desperdigadas y contemplo la preciosa simetría de su inexactitud.
Leí que a Nicanor Parra le llegó la poesía ya muy entrado en años, fue maestro de matemáticas, mecánica y física antes, durante y después de que le tocaran las palabras, un hombre multifacécito, de los pocos. Me animo a decir que esa influencia de la exactitud esta en la estructura misma de sus poemas, una simetría perfecta, una exactitud como si cada frase estuviera perfectamente cuadrada, cada poema encierra la belleza simple de cada pequeño fragmento que visto a la distancia hace un magnífico mural.
Sin embargo es imposible deglutir los poemas sin tener al menos una referencia mínima del marco histórico en que fueron escritos. El poemario es un llamado, un reproche una alución a los poetas egoístas que abundamos y solo queremos la fama personal, el poemario está escrito en la época de la más álgida situación social chilena, donde los términos burguesía, proletario, compañero, capitalismo, plagaban el lenguaje.
Hasta aquí mis palabras, que hable Nicanor:
ES OLVIDO
Juro que no recuerdo ni su nombre
Más moriré llamándola María
No por simple capricho de poeta:
Por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,
Ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
Supe de la su muerte inmerecida, Nueva que me causó tal desengaño
Que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!
Y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
Por la gente que trajo la noticia
Debo creer, sin vacilar un punto,
Que murió con mi nombre en las pupilas.
Hecho que me sorprende, porque nunca
Fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
Relaciones de estricta cortesía,
Nada más que palabras y palabras
Y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
Sólo queda un puñado de cenizas),
Pero jamás vi en ella otro destino
Que el de una joven triste y pensativa.
Tanto fue así que hasta llegue a tratarla
Con el celeste nombre de María,
Circunstancia que prueba claramente
La exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡Quién es el que no besa a sus amigas!
Pero tened presente que lo hice
Sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
Su inmaterial y vaga compañía
Que era como el espíritu sereno
Que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
La importancia que tuvo su sonrisa
Ni desvirtuar el favorable influjo
Que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aún, que de la noche
Fueron sus ojos fuente fidedigna.
Más, a pesar de todo, es necesario
Que comprendan que yo no la quería
Sino con esa vaga sentimiento
Con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo, sucede, sin embargo,
Lo que a esta fecha aún me maravilla,
Ese inaudito y singular ejemplo
De morir con mi nombre en las pupilas,
Ella, múltiple rosa inmaculada,
Ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
Que se pasa quejando noche y día
De que el mundo traidor en que vivimos
Vale menos que rueda detenida:
Mucho más honorable es una tumba,
Vale más una hoja enmohecida.
Nada es verdad, aquí nada perdura,
Ni el color del cristal con que se mira.
Hoy es un día azul de primavera,
Creo que moriré de poesía,
De esa famosa joven melancólica
No recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
Como una paloma fugitiva:
La olvide sin quererlo, lentamente
1 comentario:
Me disgusta el final.
Gracias.
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