diciembre 06, 2009

Yo moriré de una paro cardiaco, lo sé, está en mis genes. La hipertensión es mi destino, como es mi presente la angustia constante por cosas insignificantes (y otras no tanto).
A las cinco de la tarde quiero escapar de todo, salir corriendo de mi casa, de mi vida, de mi cuerpo. Sobre todo de mi cuerpo, quisiera desabrocharlo y dejarlo colgado en alguna silla, que se le quite el cansancio y el insomnio, que se aireen los pechos maltrechos, que le vuelva a crecer todo ese cabello que tapará en unos meses el caño de la ducha. Que se le quite el hambre de la madrugada.
Después prometo recogerlo, ponérmelo de nuevo y aceptarlo como es, pero ahora tiene demasiadas quejas, ahora necesita un respiro.

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